Opinion

Renovación e integración

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a designación de Soraya Sáenz de Santamaría y la confirmación de Pío García Escudero como portavoces del Partido Popular en el Congreso y en el Senado respectivamente se convirtieron ayer en un primer indicio de las intenciones que alberga Mariano Rajoy para reordenar la dirección popular. El nombramiento de Sáenz de Santamaría fue saludado con expresiones de agrado por parte de todas las demás fuerzas, lo que vino a confirmar su consideración como dirigente propicia al diálogo parlamentario. Su presencia y la de García Escudero al frente de la estrategia popular en ambas Cámaras anuncia un tiempo más templado que el de la legislatura pasada. Pero es más que probable que el equipo de Rajoy se vea sometido al escrutinio cotidiano de sus resultados políticos por parte tanto de influyentes sectores de su partido como de aquellos focos de opinión que, con razón o sin ella, se sientan autorizados a supervisar críticamente la actuación popular. La renovación de las personas constituye una necesidad que los partidos -es decir, sus integrantes- han de afrontar con la máxima naturalidad en tanto que su función es la representación política de una sociedad cambiante con problemas y aspiraciones asimismo cambiantes. Pero la eficacia de la renovación interna depende, en primer lugar, de que responda al deseo más de fondo por actualizar las pautas de actuación política e institucional, que tantas veces acaban presas de la reiteración y de la inercia. Aunque también depende de que la renovación se haga compatible con las dosis de continuidad e integración que el ejercicio de la política partidaria precisa. Continuidad, en tanto que el bagaje acumulado durante años no puede ser desdeñado cuando muchas de las circunstancias vividas explican el presente y condicionan el futuro. Integración, dado que los diez millones de votos que el PP atesora responden a una apreciable diversidad en las maneras de concebir el centro-derecha. Por último, la acción parlamentaria del Partido Popular se enfrenta a la dificultad de dibujar un perfil nítido entre la firme oposición anunciada ayer y su carácter constructivo, entre la tarea de control del Gobierno y su consolidación como alternativa. Un perfil que la iniciativa gubernamental por un lado y la dinámica de confrontación por el otro podrían acabar haciendo oscilar al PP y, por reacción, haciendo aflorar el instinto de conservación que, indefectiblemente, trataría de regresar a la etapa anterior.