Metáforas
Actualizado:Mientras diversas delegaciones políticas hacen las Américas vendiendo el Bicentenario, los unos del liberalismo económico neocom y los otros del liberalismo político de la ciudadanía, la vida, acá en la Tierra, continúa. Yo mismo, que también estudio aquellos años tremendos, acudo cada día a bibliotecas donde comparto sala con estudiantes mayoritariamente europeos que piden libros sobre Franco y escriben emails nostálgicos a sus casas, ajenos a la evidente ebullición cultural que el acontecimiento histórico provoca en los gaditanos. Muchos se volverán a donde vinieron sin saber siquiera qué estamos celebrando. El Doce, como número de la suerte, como quien pregona Los Dos Patitos. Tampoco deben entender muy bien cómo es posible que casi la mitad de los estudiantes actuales de las diversas Humanidades en Cádiz sean Erasmus como ellos, venidos del frío a aprender una cultura que aquí interesa cada vez menos. De este desarme cultural se habla poco. Del abandono progresivo de las aulas y de la militancia de la cultura pura, la de la creación y el estudio por el simple placer del desarrollo personal y el de toda la sociedad. Hay que comer de algo, claro. Ahora parece que la cultura sólo se estudia en Empresariales. Que la programación cultural debe producir mejor buenos emprendedores que gente que piense. Que los creadores sólo son útiles si dan espectáculo. Si no hay escenario no hay subvenciones. Hasta en el Doce. Así que si es malo dejar marchar sin enterarse a esos estudiantes europeos, que van a ser embajadores de lo gaditano, sea eso lo que sea, peor es quedarnos sin pensadores. No todo va a ser cuentacuentos y actores disfrazados de época enseñando monumentos.
Después nos quejamos de que el pueblo no participa. ¿En qué? Lo peor es que terminemos por creernos esa mentira colectiva de que aquello era un parque temático donde los gaditanos, sin condición, eran felices. Si olvidamos que la mayoría trabajaba sólo para comer mal, que había esclavos, que las mujeres no tenían ningún derecho, que tener simple simpatía con el racionalismo francés era penado con la muerte, que la libertad de imprenta no impedía acabar al día siguiente en la cárcel si un poderoso se sentía ofendido o el hecho menor de que se vivía en un estado de sitio, con leyes militares de guerra, si olvidamos todo eso, sí, aquello debió ser la gloria. Esta semana, en el Campo del Sur, observé una escena espeluznante. Llega un hombre mayor y empieza a arrojar sobre la balaustrada varios kilos de vísceras y despojos sanguinolentos de algún animal, pollo o cerdo. Enseguida, se le arremolinan muchas decenas de gaviotas que pelean con brutalidad entre sí, a picotazos, para robarse trozos de carne. Alguna sangra. Un turista hace fotos. Los graznidos y esa cercanía asusta. Pienso si esas gaviotas, sobreexcitadas al morder la carne, no atacarán a algún humano cuando les falte. Pienso en otros comportamientos de gaditanos, tan bienintencionados como irresponsables. Porque parque temático no va a haber.
Espero que no toda la carnaza que nos den para el Bicentenario sean disfraces, peores, ya digo, los ideológicos que los desfiles del Batallón de Voluntarios, que ningún daño hacen. Alguien tendría que decirnos, pero ya, en qué va a mejorar nuestra vida esa celebración, aparte de sentirnos importantes. Entonces, en 1812, el pueblo se movió lo inevitable. Se hizo el remolón cuando les pidieron las rejas de sus balcones para la defensa, no acudió a la obra de Cortadura hasta que no lo obligaron, acumuló pan porque no se fiaba, siguió su vida como pudo. ¿Va a cambiar ahora? La otra noche hice de intérprete en el restaurante chino del barrio. Les habían hecho un pedido grande desde Astilleros y no entendían que les pidieran comida desde un trabajo, creyendo un error suyo al tomar la dirección. No era un problema de idioma, que dominan como nosotros no lo haremos nunca con el suyo, sino de costumbres. No concebían que alguien montara un festín mientras trabaja. Les aclaré que aquí es normal tomarse las cosas con calma, relajarse. Es la cara poco productiva de esa vitalidad hedonista que tanto nos envidian fuera, que ni saben divertirse ni nada.