¿Cine?
El domingo por la noche había dos películas de calidad en la pantalla. En TVE 1, Gothika, de Mathieu Kassovitz, de cosa sobrenatural y mucho susto; en Antena 3, El libro negro, de Paul Verhoeven. La crítica dice que Verhoeven aporta en esta película una visión distinta, mucho más realista que los ejercicios épicos habituales, sobre la ocupación nazi de Holanda, así que me dispuse a verla.
Actualizado: GuardarLa película de Verhoeven dura 140 minutos. Traducido a tiempo real de televisión más de tres horas. Para sentarse delante del televisor y tratar de seguir una historia hasta pasada la una de la madrugada, hace falta: Una paciencia sin límites; una vejiga del tamaño de un globo aerostático; una memoria notable; ser inmune al sueño; no tener nada que hacer al día siguiente y profesar una fidelidad inquebrantable al director, o a los actores, para no desertar por el camino. Como es difícil reunir todos esos requisitos a la vez, lo más probable es que el espectador, sencillamente, vea la película como quien ve pasar el autobús en un día de holganza: te quedas mirando con indiferencia, quizá subas un ratito, te bajas en cualquier parada, tal vez vuelvas a subir, pero sin el menor interés; basta con que no se le pinchen las ruedas.
Esto significa una devaluación galopante del producto, del programa, de la obra que estás viendo; es como si la película en cuestión no tuviera la menor importancia y, de hecho, no la tiene, está puesta ahí sin más finalidad que transportar publicidad. El cine, en efecto, no importa. El espectador, aún menos.