opinión

El Comentario | Carla Bruni en palacio

El alivio protocolario ha sido la primera fase de la visita a Londres del presidente de la República francesa y su nueva esposa, Carla Bruni. Navegando entre Greenwich y Londres hubo un arrumaco en cubierta: un gesto privado después de haber cumplido con lo público. Para unos días está anunciada en las salas de Christie's la subasta de un foto de Carla Bruni desnuda que aparecía en la televisión británica el día inicial de la visita. Algo ha cambiado en el Elíseo cuando un gaullista de penúltima hornada se divorcia y se casa de inmediato. Sí, mucha agua ha corrido bajo el puente desde que De Gaulle y su esposa Ivonne tuvieran toda una vida impóluta a resguardo de la inquisición ajena. Solía decirse que una imagen de familia estable era imprescindible para acceder a la presidencia de la República. Vemos que ya no es así.

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La visita de Nicolas Sarkozy y su Carla al palacio de Buckingham remite al precedente de la visita del presidente Kennedy y su esposa Jackie al París de De Gaulle. Ahí Kennedy desplegó su capacidad de seducción y tuvo un gran acierto al decir: «Soy el marido de Jackie». A los parisienses les había fascinado Jacqueline, la futura señora Onassis. El París de Sarkozy es muy distinto, como se constata con la vida privada del presidente, aunque haya bajado bastante en las encuestas y las elecciones municipales le dieran un varapalo.

En Londres, a Nicolas y Carla la prensa sensacionalista no les ha hundido. Más bien al contrario. Carla, por supuesto, ha tenido titulares, casi como los que merecía Diana Spencer. Con su vestuario Dior y zapato plano para no superar en demasía la talla chaparra del marido, la cantante ha cumplido. La prueba no era fácil. Políticamente, lo que en los tiempos pasados fue la entente cordiale ahora ha pasado a llamarse entente formidable. Cierto es que la letra pequeña de los acuerdos ya se encargará de reducir expectativas. Es especialmente positivo el empujón conjunto a la energía nuclear. Algún efecto tendrá eso en cuanto al grave problema energético europeo.

Incluso el duque de Edimburgo, tan poco políticamente correcto, galanteó a la nueva inquilina del Elíseo. El adusto Gordon Brown, primer ministro en sustitución de Tony Blair, tuvo la rara oportunidad de distribuir algunas sonrisas. Entre mosquetero y trasunto napoleónico, Sarkozy estaba exultante. Desde su elección, se le ve mucho más a gusto en política exterior que en asuntos de interior. Quizás sea capaz de remontar el bache actual. Esa visita al Reino Unido puede servirle en bien. Por lo menos ha tenido la oportunidad de hablar con Isabel II de un tema de interés común: el chocolate. Pero lo cierto es que el asunto general de estos días ha sido el comportamiento de Carla Bruni, mucho más que una simple modelo y a punto de seguir la senda de Grace Kelly.

En la comparación con el vestuario de Camilla Parker-Bowles, Carla no se ha llevado la peor parte. Sarkozy sabe que el despliegue gráfico en la prensa francesa del corazón le va a resultar oxígeno del mejor. Por suerte, el chic todavía es un valor que se cotiza. Se adivina que Sarkozy bien sabe que a imagen superfotogénica de Carla le va a ser de gran ayuda. Todos descansaron un poco de la geopolítica y de la intricada política europea. En la cena del castillo de Windsor se sirvió un Chateau Margaux a mil libras esterlinas la botella. Es un halago francés a su aliado en la entente formidable porque siempre se ha dicho que Nicolas Sarkozy no bebe.