Alto el fuego en Irak
El llamamiento realizado ayer por el clérigo Muqtada al-Sadr para que sus seguidores pongan fin a «toda manifestación armada» en suelo iraquí abre una expectativa de apaciguamiento entre las facciones chiíes, que evite agravar con una guerra civil de impredecibles consecuencias la violencia y la inestabilidad que siguen comprometiendo el presente y el futuro del país. Desde que el Gobierno de Nuri al-Maliki lanzara hace una semana la operación para erradicar la insurgencia en Basora, la ciudad que atesora el 80% de las reservas petrolíferas de Irak, más de 300 personas han muerto a causa de los enfrentamientos y la población de las áreas afectadas por los mismos han sufrido nuevas penurias añadidas a sus carencias cotidianas. Al-Sadr había ofrecido el jueves abrir un proceso de diálogo a fin de frenar el derramamiento de sangre, a lo que el primer ministro iraquí respondió reiterando su apuesta por la victoria militar y rehusando con contundencia toda transacción con los que el Gobierno venía identificando como criminales.
Actualizado: GuardarLos motivos por los que al-Maliki ha saludado ahora con satisfacción el alto el fuego de las milicias tienen que ver tanto con la imposibilidad de lograr el triunfo proclamado, como con las negociaciones emprendidas para buscar una salida, que estaría amparada por el criterio favorable del respetado gran ayatollah Alí al-Sistani. Pero, junto a ello, todo parece sugerir que la intervención de EE UU no ha sido ajena al establecimiento de los contactos para intentar solventar una crisis que en tan sólo unos días ha logrado ensombrecer los logros que la Administración Bush se había esforzado en resaltar, con el objetivo de rebatir las críticas sobre su gestión al cumplirse el quinto aniversario de la intervención en Irak. La resistencia mostrada por los insurgentes en Basora y la importancia de la tregua mantenida desde agosto por al-Sadr para poder mejorar la seguridad y avanzar en la normalización del país habrían aconsejado a los estadounidenses avalar la apertura de negociaciones entre las facciones chiíes. Porque no hay mayor prueba de la gravedad de los combates que el hecho de que el diálogo para suspenderlos se haya antepuesto a la credibilidad de al-Maliki, cuyo liderazgo al frente de un Gobierno fraccionado por los intereses sectarios está cada vez más cuestionado.