La política de verdad
La clase política anda estos días «en expectativa de destino» en los gobiernos de Sevilla y Madrid, sus parlamentos y delegaciones territoriales. Mientras unos preguntan «¿qué hay de lo mío?», la legislatura que comienza, mucho más cómoda para José Luis Rodríguez Zapatero, casi igual de confortable para Manuel Chaves, parece marcada por la continuidad y, pese a que tertulias y mentideros hayan de alimentar el morbo, y éste tenga su encanto -qué verdad es eso de que «criticar une mucho»- no se prevén grandes cambios, ni de nombres ni, sobre todo, de prácticas en ninguno de los niveles de la administración: atonía en general, escaso pulso, perfil bajo, en aras de la corrección, el márketing o la normalidad democrática. Es evidente que se agradece el fin de la crispación que marcó buena parte del discurso político hasta las elecciones, pero ese escenario, que era más bien una representación de cara al público votante y que, constato de paso, no ha dado los resultados apetecidos a sus promotores, no oculta, detrás del telón, la escasa capacidad de acción, reacción y hasta cohesión de los portadores de las carteras ministeriales o de las consejerías y también la falta de ideas de la oposición en lo que es la política de verdad, el modo de resolver las cuestiones que afectan al bien común.
Actualizado:A la pequeña escala de lo cercano, esta situación resulta evidente: los delegados provinciales son el máximo exponente de este perfil bajo, de modo que poca relevancia va a tener para el ciudadano de a pie quién se siente en tal o cual despacho si van a seguir haciendo lo mismo, atados en corto. Alguno caerá me-jor, otro tendrá mayores ca-pacidades, se cumplirán las cuotas de territorio, de sexo o de familia, pero al final serán apenas piezas del me-canismo, esforzados en no salirse del guión y cumplidores sobre todas las cosas del papel que Sevilla les asigna como largos brazos de los consejeros,y de los viceconsejeros, en su demarcación, cuando el camino debería ser, además, el inverso: tendrían que actuar como enviados de la provincia a la central, para reclamar por la buena marcha de su negociado y hacer de grandes y torturadoras moscas cojoneras.
Otro tanto puede aplicarse a diputados, senadores, parlamentarios andaluces. Aparte del ministro, que estará en lo suyo, de cargos internos como el de Mamen Sánchez, merecida «número tres» del grupo socialista en el Congreso, alguna presidencia de comisión... los demás seguirán de «culiparlantes» y no podremos, como en las películas inglesas, acudir a «nuestro representante» cuando tengamos una cuita.
Sin embargo, todo este marco general, esta superestructura parecida a un diplodocus en que termina por convertirse lo público, esconde otras posibilidades insólitas y magníficas de vida, de acción, que vuelven a los orígenes, a las puras fuentes de la auténtica política. El milagro surge cuando menos se espera y hasta en las peores condiciones. Es el caso del nuevo Ayuntamiento de Barbate, que aparece como una experiencia maravillosa de la capacidad de regeneración que tiene la sociedad desde sus bases: Un equipo joven, sin apenas experiencia ni casi militancia, gana las elecciones a pesar de tener al partido dividido y a que todos los teóricos dicen que en esas situaciones no se vence nunca. Se encuentran con un panorama tétrico, en el más puro sentido de la palabra, un ayuntamiento en la ruina, del que se habían llevado hasta los bolígrafos; una deuda brutal, con facturas multiplicándose cada día. Pero no se achican, sino al contrario, consiguen insuflar ilusión a todo un pueblo singularmente castigado y malgobernado durante muchos años.
Ojalá tengan suerte. Por ellos, sin duda, pero también porque nos permitirá a los demás mantener la esperanza en el futuro.
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