Un país de cine
Actualizado: GuardarHa muerto Rafael Azcona. Un perfecto desconocido para los jóvenes de hoy, pero un personaje inolvidable para los que tenemos nuestros recuerdos infantiles adobados con las risas que Azcona arrancaba a aquel tiempo oscuro de la Dictadura. Estas líneas son las de la gratitud de uno de los muchos españolitos que soñamos, aprendimos y reímos en la penumbra de los cines de los años sesenta con sus hilarantes diálogos, sus personajes surrealistas y su enorme cariño a la vida.
«Sin el humor habríamos desaparecido hace siglos. El género humano se salva de la catástrofe porque es el único animal que puede ejercer el sentido del humor». Esa es su concepción del ser humano: Azcona era sobre todo un filósofo de la vida, que son los auténticos. Su enorme sabiduría nace de la calle, donde ve y escucha lo que después convierte en personajes y guiones. Así es como este hijo de republicanos merodea, sin una perra en el bolsillo, por un Madrid de posguerra que comienza a llenarse de seiscientos y barriadas sin aceras. Un país de mutilados, porteros y serenos, funcionarios chupatintas, señoronas con pieles, putas, monjas con alitas y curas con sotana, quintos con novias que trabajan de criadas, obreros con alpargatas abarrotando los tranvías y niños con pantalón corto, sabañones, piojos y caspa, mucha caspa. ¿Cómo escribir sobre aquella pobre España inquisitorial de censores pajilleros («los censores se preocupaban de si a la protagonista se le veía la braga poco o mucho, y de cosas así») sin humor, escepticismo y mucho cariño?
La admiración y el respeto de la gente del cine hacia este hombre es, quizás, un signo más del cambio de los tiempos: el que este país envidioso no ahorre elogios al que fue sin duda el mejor guionista de nuestra historia. Con Ferreri y Berlanga hizo en los años sesenta El Cochecito, El Pisito, Plácido y El Verdugo, obras de arte que cuentan mejor la historia de esos años que los libros y las series televisivas. Eso sí que fue como pasó. Tan lejos, tan cerca. «Yo, el pasado, intento no olvidarlo, pero no lo añoro; prefiero perder el tiempo en el territorio de la esperanza que en el de la nostalgia», decía hace poco en una entrevista.
Pero nada mejor para explicar e ilustrar el mundo de nuestra infancia que este hombre y sus películas. Más adelante, cuando volvió la libertad a España, Azcona pudo al fin hablar de la enorme herida que supuso la Guerra Civil y firmó guiones memorables como El año de las luces (Fernando Trueba), ¡Ay Carmela! (Carlos Saura), La lengua de las mariposas (J. L. Cuerda- Manuel Rivas) y la aún por estrenar Los girasoles ciegos (J. L. Cuerda-Alberto Méndez). Es un arco tensado que va desde la melancolía al dolor, porque debajo de la ironía, la herida supurará siempre.
Decía Azcona que «los cambios en la sociedad española han sido espectaculares. Al menos en la epidermis... Pero tengo la impresión de que cuando se llega al músculo -y a la grasa- la cosa tira a rancia». Quizás porque todavía «hay gente empeñada en decirte que es mucho mejor morir por la patria. ¿Mejor?, ¿para quién?». Pero también porque la España profunda sigue ofreciendo cada semana guiones azconianos, desde el asesinato de la niña Mariluz a las cofias y minifaldas incentivadas de las clínicas.