Disparidad perjudicial

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Los ministros de Exteriores de la UE escenificaron ayer una posición común para reclamar el fin de la violencia en Tíbet que, sin embargo, apenas camufla las disensiones que ya han aflorado entre los socios sobre su reacción ante la represión de las autoridades chinas y el posible efecto de la misma ante la celebración de los Juegos Olímpicos. La declaración pactada constituye un modelo de equilibrio diplomático, dado que los Veintisiete vienen a avalar la autonomía cultural para la región defendida por el Dalai Lama mientras apremian al Gobierno de Pekín para que promueva un «diálogo constructivo» con los líderes tibetanos, sin mencionar ni la cita olímpica ni eventuales actuaciones sobre su convocatoria. La impresión que se desprende del documento es que la UE ha optado, al menos por el momento, por una vía apaciguadora a la espera de verificar la evolución de la crisis y la respuesta del Ejecutivo chino, que ha iniciado una campaña, sin levantar las restricciones a la Prensa internacional, para tratar de conjurar los amagos de veto a los Juegos suscitadas en la comunidad internacional.

Es evidente que la presión que pueda sentir China para modular su estrategia si ve peligrar el brillo de su gran apuesta política y económica resultará ineficaz sin una posición común de los países democráticos llamados a participar, y sin un pronunciamiento igualmente compartido por parte del Comité Olímpico Internacional. Las difusas y forzadas palabras de Sarkozy sobre su posible ausencia en la ceremonia inaugural, la confirmación de que la canciller Merkel y los gobiernos polaco y checo no acudirán y la anunciada asistencia de España o Gran Bretaña han proyectado una contraproducente imagen de discrepancia en el seno de la UE que desvirtúa el acuerdo de ayer y cuestiona el valor de sus advertencias.