Sociedad

Seducidos por la ingravidez

El 'parkour' cobra fuerza entre los jóvenes gaditanos que, atraídos por el riesgo de saltar y escalar por el mobiliario urbano, se apuntan a la moda de este deporte de origen galo

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Barandillas desvencijadas, muros de diferentes alturas, vallas metálicas, bancos y escaleras adquieren un nuevo significado en el universo del parkour, un nuevo deporte de riesgo que triunfa entre los jóvenes gaditanos y que cobra fuerza a un ritmo frenético. Así, para sus aficionados, los objetos funcionales que conforman el tejido urbano se tiñen de un valor simbólico, convirtiéndose en el principal freno de la autosuperación y la libertad total. Los traceurs, nombre que reciben los amantes de este arte del desplazamiento, que consiste en salvar todo tipo de obstáculos con la sola ayuda del cuerpo, se caracterizan por su mentalidad abierta, su fuerza de espíritu y su ánimo por dejar atrás los límites y los corsés que impone la sociedad moderna.

Para estos lozanos camicaces, las alturas no son ningún impedimento y a la hora de realizar saltos y piruetas el único requisito es «estar seguro de uno mismo y no dudar, porque si lo haces, estás perdido», afirma Vera, uno de los integrantes de Living Free, el grupo de parkour que ha conseguido al fin que los gaditanos se interesen por el fenómeno. Tanto él como sus compañeros, Camacho, Soto, Kore, Brenes y Eco, montan el espectáculo allá donde van. Uno de sus principales centros de operaciones es la Playa de La Caleta, donde cada tarde forman corrillos de espectadores que, atónitos, observan sus movimientos imposibles y sus complicadas acrobacias. «La gente ya nos conoce», apuntan antes de ponerse a realizar los primeros estiramientos, «aunque todavía hay muchos que creen que lo que hacemos es capoeira».

Con edades comprendidas entre los 15 y los 21 años, estos seis chicos atesoran miles de seguidores dentro y fuera de la provincia. «El otro día vino un chico de argentina para grabarles», explica Melodía, la novia de Camacho, el líder de la formación. «Cuando va por la calle los chavales más pequeños siempre le piden que haga alguna pirueta».

Este joven de 18 años fue el primero en descubrir la disciplina y contagiarles la pasión a sus compañeros. «Vi un reportaje en la tele y me gustó mucho, me metí en internet en busca de más información y en un momento supe que era lo mío», recuerda Camacho. «Conocí a unos chavales que lo practicaban y me fui con ellos a entrenar. Al poco se cansaron, porque llevaban mucho tiempo, pero yo acababa de empezar y estaba muy motivado, así que se lo enseñé a mis compañeros de la escuela y decidimos montar el grupo».

Inyección de adrenalina

Los seis integrantes de Living Free coinciden en que la ingravidez que experimentan en cada salto les produce un subidón de adrenalina difícil de describir. «Es como una droga, necesitas hacerlo más veces», apunta Vera. Pero ésta es la única adicción que tienen estos jóvenes, ya que ni fuman ni beben alcohol. «Son muy sanos, saben que si lo hicieran no serían capaces de realizar los movimientos que hacen», afirma Melodía, mientras les observa improvisar saltos de fondo en la orilla.

Pese a que dos días a la semana acuden al gimnasio, el resto se estrenan en la playa, ya que gracias a la arena se evitan más magulladuras de las necesarias. Allí, cientos de miradas se clavan en sus figuras y el público, atónito, aplaude los saltos de altura más espectaculares pronunciando todo tipo de ahhhss y ooohhs. «Es una forma de vida», aseguran estos muchachos ingrávidos. «El parkour trata de superarse a uno mismo y no de competir», corean, «mucha gente se confunde con esto». Lo más difícil: perder el miedo a las alturas. Y nunca, abandonar. «La verdad es que hay que tener mucha voluntad para seguir intentándolo», subraya Eco, «la mente es la barrera más difícil de sortear».

En cuanto a la opinión de algunos sectores que lo consideran vandalismo, los miembros de Living Free se defienden: «eso es porque no saben lo que es, porque si no, no lo dirían». A lo que Camacho, el más veterano añade, «en países como Francia es un deporte equiparable al fútbol». «Nosotros respetamos el mobiliario y no lo destrozamos», apostilla Soto. No obstante, reconocen que el parkour ha calado hondo en Cádiz y cada vez más chavales se animan a practicarlo. Como respuesta a esta demanda creciente, ellos mismos decidieron hace unos meses impartir un taller en el Instituto La Caleta para dar a conocer los secretos de este arte. «Fue un éxito, vino mucha gente. Lo que pasa es que muchos eran pequeños y nos daba cosa que se hicieran daño porque estaban como locos y querían aprenderlo todo en un día», recuerda Camacho. Para los iniciados, lo principal es preparar el cuerpo, ya que se requiere «una buena forma física, actitud y verdadera vocación», reconoce Vera.

Deporte socializador

De forma contraria a otras disciplinas que pueden practicarse de forma individual, en el parkour se entrena en grupo. Al no existir ningún afán competitivo, los aficionados se motivan unos a otros e intercambian movimientos y trucos dignos de formar parte de un manual de funambulismo. Además de los cientos de movimientos, saltos y volteretas catalogadas, en el parkour entra en juego el carácter creativo de los traceurs, que pueden inventar variedades de las piruetas ya existentes o crear incluso algunas nuevas. En Living Free, su miembro más joven y el último en ingresar, Brenes, es el único que puede presumir de haber creado un movimiento, que él mismo ha bautizado como Brenes flip. No obstante, su artífice reconoce que, al igual que ha ocurrido en la historia con los grandes inventos, la creación surgió por casualidad.

En ocasiones, estas acrobacias quedan registradas en vídeos que ellos mismos graban para luego colgar en internet. Así, la red se convierte en el principal medio de comunicación entre los traceurs, que con frecuencia organizan concentraciones y exhibiciones públicas. El último encuentro fue entre los aficionados de toda la provincia. «La verdad es que lo disfrutamos mucho». «Ahora estamos intentando que este verano venga un grupo de Inglaterra que vive de esto», asegura Melodía, la novia de Camacho y presidenta de la Asociación Ananda, que está contribuyendo a difundir este fenómeno por Cádiz.

Otro colectivo que también se ha interesado por el movimiento es la Asociación Cardijn, que el pasado 7 de marzo organizó una exhibición de parkour de la formación gaditana y la proyección de la película francesa Yamakasi -protagonizada por unos atrevidos traceurs-, un auténtico icono para los acérrimos aficionados al arte del desplazamiento.

Por otro lado, en Sanlúcar ya existe una asociación juvenil de amantes del parkour -una de las primeras legalizadas en España-, creada recientemente con el apoyo del consistorio sanluqueño.

En la capital, la Fundación Municipal de Cultura también se ha interesado por los chicos de Living Free y les ha organizado varias exhibiciones para las próximas semanas. «Vamos a ofrecer un espectáculo en la Caleta y también en la Plaza Mina», adelantan entusiasmados.

Por lo que parece, a estos seis gaditanos les espera un futuro más que prometedor. Según ellos, su principal deseo es convertir su pasión en profesión y trabajar como «especialistas de cine o publicidad» o montar un gimnasio propio para dar clases.

alenador@lavozdigital.es