ENTREGA. Especie de chinche de la colección.
Contraportada

La mofeta más pequeña

LA VOZ entrega este domingo un nuevo ejemplar de la colección 'Bichos': la chinche hedionda

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En nuestra cruzada por acercarles al increíble mundo de los bichos intentando que les caigan algo mejor, hoy nos enfrentamos con un caso difícil. Otra vez es un miembro del Orden de los Hemípteros (como la cicada de la que ya hablamos), ya saben, cigarras, pulgones y chinches de mal vivir, incluso zapateros sin talante. Pero hoy el nombrecito común se las trae: chinche hedionda, o pedorra que dicen en Hispanoamérica (aprovecho para decirles, aunque a alguno le chinche, que el término Latinoamérica, tan de moda, es incorrecto a más no poder). Con semejante apelativo, que más parece un insulto grave que un respetable insecto, a ver qué les cuento yo para arreglarlo.

Lo cierto es que el animalito tiene la mala costumbre de soltar un líquido de olor fétido cuando se siente amenazado con sus glándulas repugnatorias, y ello funciona, porque comérselo tras semejante aperitivo no apetece, por lo que el depredador de turno cambia de plato del día en cuanto husmea a nuestro protagonista.

Vale, hasta aquí bien, podría con ello, si no fuera porque éste y su familia (los Tessaratómidos) se constituyen en plagas cuando se juntan por miles para clavarles el tubo succionador con el que se alimentan a nuestras naranjas, limones y pomelos. Eso ya no hay quien lo levante (y nunca mejor dicho).

En el país de Naranjito no se puede admitir semejante afrenta. Atacan a mas de 52 tipos de plantas, entre las que se encuentran también las vides, el trigo o árboles ornamentales además de las especies salvajes. Cuando el fruto no es jugoso, como el trigo por ejemplo, vierten en el interior del grano un complejo enzimático con proteasas que lo digiere formando una papilla que posteriormente pueden succionar.

Me lo pone difícil el hediondo: por delante se come nuestras cosechas más identitarias y por detrás nos perfuma el medio ambiente (o el otro medio, no sé) dejando su impronta olfativa sobre ese limón que ya nunca volverá a ser el mismo, hasta los rumiantes rechazan frutos y granos cuando los chinches han dejado en ellos su firma. Pero es que encima, su nombre en inglés es «true bug», es decir, auténtico bicho, o sabandija. En la Real Academia Española de la Lengua todo son acepciones negativas: «murieron como chinches», chupópteros, chinchones sólo la humilde chincheta sujeta apenas mi argumento; la fama de este animal no hay quien la salve; ¿o si?

Un poco más adelante veo la palabra chinchín, que ilumina toda la página como el Faro de Alejandría. Por fin un vocablo que suena a chinche y que no es desagradable; reza el diccionario: «(Del chino pequinés ching-ching) Expresión que acompaña el choque de copas o vasos en un brindis».

¿Quién lo iba a decir, nuestro tan querido roce de vidrios va acompañado de una expresión china! Siendo así, alzo mi copa por la libertad del Tíbet, y porque Dios les de fuerza a esos monjes que caen como chinches ante la brutalidad del ejército represor: ¿chinchín!