Más drama que comedia
Las compañías gaditanas lamentan, en el Día Internacional del Teatro, la falta de escenarios y reclaman una escuela permanente para los actores de la provincia
Actualizado: GuardarTodo el mundo quiere al teatro. Es un ámbito de la cultura especialmente sensible a demagogias y panegíricos, sobre todo en fechas tan señaladas como la de hoy. Entre los políticos, al igual que entre los fontaneros y entre los licenciados, hay quien adora las artes escénicas, y hay quien no ha pisado una platea en su vida, salvo por requisitos del protocolo. Pero el 27 de marzo, las sonrisas almidonadas, los carterazos y las alharacas conviven, aunque chirríe, con títeres, caretas y clowns; los gestores de fina estampa salen a escena de la mano de cómicos, histriones y faranduleros. Es un momento excepcional para los elogios y las palmaditas en la espalda. Pero la realidad cotidiana de las compañías teatrales de la provincia pide a gritos un análisis que vaya mucho más allá de la adulación gratuita o de la mera autocomplaciencia.
De entrada, la inmensa mayoría de los verdaderos protagonistas de esta obra que podría llamarse Historia de un quiero y no puedo, agradecen las iniciativas instituciones que apoyan y divulgan sus montajes. Es el caso del COCU de la Diputación de Cádiz, que permite a poblaciones pequeñas acceder a un circuito en el que figuran muchos de los grandes nombres de las artes escénicas gaditanas y andaluzas. Pero, como explica Germán Corona, director de Eme Teatro, «no basta sólo con proteger el teatro, sino que también hay que mimarlo».
En esa radiografía desapegada del panorama escénico provincial aparecen, de forma recurrente, cuatro grandes lamentaciones, además del requerimiento explícito para que todas las administraciones e instituciones públicas y privadas echen una mano en una tarea que se entiende común.
La primera se refiere a la falta de formación. Ana López Segovia milita en esa enorme la legión de intérpretes gaditanos que han tenido que emigrar fuera para aprender todo aquéllo que no depende, exclusivamente, del talento innato. «La primera consecuencia es que si te vas fuera, corres el riesgo de quedarte fuera», explica una actriz que empezó, como tantos, en Caramba Teatro y que después tuvo que hacer las maletas para buscarse la vida, al igual que «muchos compañeros de esa promoción, los que andamos por los 30, y que ahora trabajan por Sevilla, Barcelona o Madrid, si es que no se han rendido».
Esa fuga de talentos, natural en las ciudades pequeñas, tiene en Cádiz una especial incidencia. Pascual Varo, de El Carromato (El Puerto), insiste en las dificultades que implica «levantar una compañía permanente, cuando muchas veces es una odisea entrar en las programaciones, mientras que tenemos más presencia en La Mancha, Portugal, Burgos o País Vasco, por extraño que parezca».
En definitiva: ni escuela, ni trabajo. O al menos, no lo suficiente.
Susana Rosado y Jaime García, de La Tirana (Cádiz), también se vieron obligados a dejar la ciudad para «coger tablas». «Tuvimos que separarnos, entre unas cosas y otras, durante más de diez años, pero ahora hemos descubierto que, aunque nosotros no podemos quejarnos, y sigue existiendo mucha inquietud en la base, hay compañeros que tienen los mismos problemas que hace una década», apunta Susana. «Los circuitos como el COCU son fundamentales, ojalá hubiera más programas como ése», completa Jaime.
Diana Civila (La ofendida producciones, Cádiz), redondea el argumento con un nuevo matiz. «Llevo diez años haciendo teatro, y está claro que hay que apoyarlo, pero también convendría preguntarse dónde está la raíz de esas carencias que arrastramos, porque no hay escuelas, ni tampoco escenarios, pero luego te encuentras obras de primera con la mitad de las butacas vacías».
¿De quién es la culpa?
«Hace unos años, en Chiclana, gracias a un programa del Ayuntamiento, impartimos un taller de teatro en 20 colegios de la localidad. Me consta que muchos de esos alumnos son un público habitual, y algunos incluso están haciendo sus pinitos en la interpretación», responde la misma Diana. «Quizá la clave esté ahí, en forjar ese hábito cuando se puede».
Para Germán Corona, es cierto que el teatro en Cádiz sufre una carencia de base: «No hay formación. Y sin formación no hay actores; y sin actores no hay obras; y sin obras no hay público, hasta que acaba por cerrarse un círculo vicioso del que es muy difícil salir». Por eso, Corona, como otros compañeros del gremio, exige para Cádiz «una Escuela Permanente de Teatro, como existen en otra capitales andaluzas, y que han supuesto un auténtico revulsivo en sus ámbitos».
Pocos diagnósticos tienen tanta validez como el de Diego Sánchez, que lleva desde 1981 en Lagoteradelazotea. «Cádiz, como toda España, tuvo una eclosión de compañías justo después del Franquismo, y es normal que hasta cierto punto mucha gente no aguantara el tirón de los 90», apunta. Y señala otro de los motivos de queja habitual de los profesionales del ramo: «Tampoco, fuera de las salas oficiales, por llamarlas de alguna manera, hay espacios donde la gente que empieza pueda experimentar, probar, sin miedo a la acogida o a la venta de taquillas». Ramón Morales, de Planetamejor (San Fernando), es incluso más duro: «Igual que hay administraciones que nos abren sus puertas, nos escuchan y nos apoyan, también nos hemos encontrado con ayuntamientos que nos niegan sistemáticamente el pan y la sal, y que no han querido que actuemos en sus ciudades ni gratis».
En la otra punta del espectro, El hijo de la Luna, de Benalup. Manuel Ruiz cuenta que, con su tercer montaje, «gracias al teatro del pueblo y al circuito de Diputación, tenemos todo lo necesario para empezar a andar». dperez@lavozdigital.es