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«Le miré a la cara y vi a un asesino frío y calculador»
El padre de Mari Luz cuenta cómo la noche de la desaparición de su hija entró en la casa del presunto criminal «Será tonto, pero no está loco», acota
Actualizado: GuardarJuan José Cortés ha recorrido cientos de veces, durante los 54 días que transcurrieron desde la desaparición de su hija hasta que apareció su cadáver en la ría de Huelva, la distancia que separa su casa del quiosco de golosinas donde se vio por última vez a su hija Mari Luz. Siempre se detenía en un mismo lugar: en el portal del número 1 de la avenida de las Flores, casa donde residía Santiago del Valle, presunto responsable de la muerte de su pequeña. Sospechó de él desde el primer día, desde el mismo instante en que le comunicaron que ese hombre, con el cual apenas si había cruzado dos palabras en su vida, tenía antecedentes por pederasta. «Entonces supe que nunca volvería a ver a mi hija, aunque siempre he mantenido un hilo de esperanza», comenta Juan José rodeado de una nube de periodistas españoles, británicos y lusos. Las comparaciones con el caso de Madeleine McCann, la niña desaparecida en el cercano Algarve portugués,
atosigaron a los padres onubenses en los primeros días de su particular calvario.
Juan José, en su habitual y encomiable tono sereno, relata con detalle el momento en el que él, su padre y su hermano entraron en la casa del ahora detenido, la misma noche del 13 de enero. «Le miré a la cara, y la cara es el espejo del alma, y vi a un asesino frío y calculador», explica el afligido padre. Su esposa Irene, a su lado, agacha la cabeza cuando su marido Juan José añade: «Eso es algo que se me quedará clavado para siempre, saber que estuve tan cerca de mi hija; que tal vez, mientras la buscaba, ella estaba en esa casa».
«Un marrón»
También recuerda cómo el presunto responsable de la desaparición de su hija se escondía, dentro de la casa, tras varios agentes de la policía, a la vez que gritaba: «¿Yo no me voy a comer este marrón!». Juan José toma aire y, aguantando las lágrimas, expone: «Él hablaba ya de un marrón, mientras nosotros ni siquiera sabíamos de qué marrón estaba hablando». Los informadores, a los que la familia Cortés agradeció profundamente el trabajo que han desempeñado en estas semanas, le preguntaron por la posibilidad, tal y como habría declarado Santiago, que Mari Luz se fuese con él de forma voluntaria. «Mi niña era muy introvertida, no se iba con nadie que no fuese de la familia o una persona muy, muy conocida», responde.
El carrito de la compra
Otra de las visiones que no salen de su cabeza es la de un carrito de la compra, situado junto a bolsas de pañuelos que la familia Del Valle, al parecer, vendía en los mercados ambulantes. «Se fijó primero mi hermano -apostilla Juan José- y luego yo me puse a darle vueltas, porque es verdad que tenían la mercancía fuera del carrito, como si ese carrito lo hubieran utilizado hacía poco tiempo y para otra cosa».
Juan José Cortés sospecha que fue en ese mismo carrito donde «el asesino de mi hija» trasportó el cuerpo de Mari Luz. «Ella era una niña muy pequeña y la pudieron meter en cualquier lado», suspira.
Lo que sí desea toda la familia Cortés es que este hombre y sus posibles cómplices reciban todo el peso de la ley. Le aterroriza pensar en atenuantes por posibles problemas mentales. «No podrá ocultarse de la justicia tras un papel, porque puede que sea un tonto, pero no está loco», avisa Juan José que sentencia: «Un hombre que planea huir del país y que se escapa a un primer interrogatorio está claro que mantiene sus facultades».