INDIGNADAS. Vecinas del barrio donde vivía Mari Luz despotrican contra el detenido por su muerte.
TRAGEDIA EN HUELVA

«¿No está loco!»

Vecinos de Mari Luz reclaman que no se le aplique ninguna eximente al detenido, para el que piden la máxima pena

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Payos y gitanos hacen cuentas en el barrio onubense de El Torrejón. Sólo dos tipos de cuentas. Los más sosegados calculan con cuántos años saldrá de la cárcel el culpable de la muerte de Mari Luz Cortés. Los más exaltados apuestan cuántos días logrará permanecer vivo en prisión Santiago del Valle, presunto responsable de la muerte de la pequeña. «Ahora tiene 52 y si le cae la máxima pena no saldrá hasta los 82», comenta un vecino a las puertas de la casa de los padres de Mari Luz. «¿No hay cadena perpetua?», pregunta un gitano más joven.

En otro corrillo cercano, el tono es más aguerrido. «Ese no cumple ni un mes en la cárcel, seguro que lo matan antes, porque lo que ha hecho es el peor crimen que pueda existir», expone un hombre con la mirada perdida en un horizonte de tristeza y venganza. Varios que le acompañan asienten con la cabeza. Uno intenta poner cordura. «Es mejor lo que ha dicho el padre, que lo condene la justicia».

Y es que Juan José Cortés acaba de dar una rueda de prensa en la plaza de la Rosa, lugar donde confluyen los inmuebles de la víctima y el verdugo de esta historia de final horrendo. Juan José, manteniendo una encomiable entereza. Se limita a reclamar «la justicia más justa» para el hombre que le arrebató a su niña el pasado 13 de enero. Un mensaje que adereza con guiños a la calma y a la serenidad. «¿Dónde nos llevaría tomarnos la justicia por nuestra mano?», se cuestiona. Añade, con emoción contenida: «A mí lo que me pide el cuerpo es cogerlo por el cuello y hacer lo que haría cualquiera de vosotros, pero confío plenamente en la justicia».

No todos en El Torrejón comparten esta mesura. «¿No está loco, no está loco!», grita sin cesar un centenar de mujeres congregadas de forma espontánea en la plaza. Juan José y su esposa ya se han marchado a su casa. Evitan tomar parte en cualquier movimiento exaltado. Pero Juan José sí comparte un temor con sus vecinos, que desconfían del resultado de la sentencia si, finalmente, pesa más una posible tara sicológica -un forense dictaminó en Sevilla que Santiago del Valle padecía esquizofrenia- que la magnitud del crimen.

Exaltados

«Si un papel vale más que lo que ha hecho este asesino, algo falla en nuestra justicia», se lamenta el padre. Las vecinas -curiosamente todas mujeres, los hombres aguardan en otros puntos de la plaza- elevan sus improperios. «¿Qué muera el asesino, que lo maten!», corean.

Agentes del Cuerpo Nacional de Policía aguardan de forma discreta en una calle adyacente, ante posibles disturbios. Pero lo peor se presume cuando el furgón con los cuatro detenidos -Santiago, su esposa, su hermana y su cuñado- lleguen a las dependencias policiales o judiciales de Huelva. Los ánimos estás ciertamente crispados en esta ciudad que se echó a la calle durante 54 días para buscar a Mari Luz.

Cercanía

Desde el quiosco donde Mari Luz compró chucherías en la tarde del domingo 13 de enero hasta la casa donde residía Santiago del Valle y sus hermanos, en el número 1 de la avenida de las Flores -cruel ironía- hay unos 68 pasos. Es un bajo. Desde una de las ventanas de la vivienda -de protección oficial, como casi todas las de este humilde barrio- el supuesto criminal pudo ver como la pequeña se dirigía desde su casa hasta el quiosco, donde Fernando -el hijo del propietario- le vendió un paquete de palomitas y un puñado de golosinas. Nadie la volvería a ver con vida.

Santiago y su familia huyeron la misma noche de la desaparición de Mari Luz, ante la presión de los familiares de la niña, que sospecharon de él desde el primer momento. Dejaron la ventana abierta. Desde ella se puede ver un salón con pocos muebles. En la pared hay una fotografía de un niño pequeño -tal vez un sobrino del ahora detenido- y tres almanaques. En el centro, una cama sin hacer y un tendedero. Ya no está el carrito de la compra donde, según algunas fuentes, Santiago del Valle pudo transportar el cuerpo ya sin vida -o inconsciente- de Mari Luz. «Habría que quemar esta casa», suspira una viandante.