'Moral'
Disculparemos a Telecinco de no albergar ni un sólo contenido de carácter cultural o similar en su parrilla mientras mantenga, en buen horario, a ese par de filósofos ambulantes que son Horatio Caine y Gil Grissom, los jefes de CSI Miami y Las Vegas, respectivamente. ¿Broma? Ni hablar. El episodio de esta semana de CSI Las Vegas nos dejó una reflexión que por sí sola daría para una docena de debates. Fue hacia el final del capítulo. Nos habían estado contando la historia de una banda callejera que apaleaba transeúntes hasta la muerte. Por el camino, la investigación nos descubre que la mayoría de los pandilleros son menores de edad. Resuelto el caso, el equipo se entrega a una jugosa conversación sobre el asunto; inevitablemente, los juicios derivan hacia la educación de los muchachos y la falta de valores. Un juicio que se suele emplear como letanía mágica para paliar este tipo de situaciones.
Actualizado: GuardarPero entonces aparece Grissom y sentencia: «Una brújula moral te marca la dirección, pero no te obliga a seguirla». Interminables segundos de denso silencio... Después viene el desarrollo del argumento. En efecto, no basta con saber hacia dónde hay que encaminarse; además, hay que sentirse obligado a escoger la buena dirección. Ese deber puede surgir de la propia voluntad, pero, ¿es posible creer que las decisiones individuales de todos los hombres apuntarán siempre y por sí mismas hacia el bien? CSI sólo es una serie de televisión, pero el argumento de Grissom bucea en un clásico de la filosofía moral. Los demócratas morales piensan que todo hombre sabrá siempre cumplir con su obligación. Y si no será preciso disponer de instrumentos coercitivos. Pero la ley no basta porque uno la puede burlar: mientras no te pillen, el mal no sólo queda impune, sino que además es divertido, como les pasaba a los muchachos salvajes de ese capítulo de CSI. No nos resta, pues, otra opción que la culpa. Pero estamos en unas sociedades -sigue hablando Grissom- donde se ha tratado de desterrar ese sentimiento. Al final, volvemos a Dostoievski: si Dios no existe, todo está permitido. Y eso, ya digo, en treinta segundos de CSI. Para quitarse el sombrero.