ganarse la calle
Como no soy especialmente cofrade o capillita (con todos mis respetos y utilizando la palabra sin ningún matiz peyorativo), lo que más me ha gustado de la recién acabada «semana de pasión» no han sido las procesiones. Lo que de verdad me ha encantado ha sido ver la calle ocupada, pateada y disfrutada por la gente.
Actualizado:Siempre sorprende, durante cualquier celebración popular, observar cómo se multiplica el número de viandantes, sentir el bullicio alrededor, la vida haciéndose notar, efervescente, alegre, ruidosa. Dejando aparte el fastidio de los palcos y los cortes de tráfico motivados por el paso de los cortejos -molestias que no por usuales dejan de ser precisamente eso, molestias-, el hecho de ver el centro atestado siempre me produce una sensación gozosa. Me contagio del júbilo alocado de los niños, de las risas de las muchachas, de la camaradería de los amigos que se juntan en una terraza y brindan o se saludan en voz alta. Una ciudad que ríe, que se recrea, que bebe y come y enloquece un poco es una visión feliz. Como andaluces que somos, sureños por la gracia de Dios, esta invasión de la calle forma parte de nuestras costumbres ancestrales. En cuanto que la primavera, o algo que se le parezca, hace el amago de aparecer, estamos dispuestos a lanzarnos. Pero es que también el otoño y el invierno nos invitan a salir fuera, y cualquier pretexto más o menos lúdico nos vale. Es nuestro carácter, nuestra querencia.
Por eso, ya digo, me he recreado viendo cómo durante la Semana Santa de nuevo se poblaban los bares, las terrazas, los parques, las plazuelas. Pero cómo me gustaría que a este disfrute de la calle se uniera el necesario civismo que nos enseñara a no dejar huellas de nuestra ocupación, a recoger las bolsas, las latas de refresco, los desperdicios y los desechos de nuestras fiestas ¿No sería deseable que también eso llegara a formar parte de la idiosincrasia andaluza?