Cultura

Un genio de carne y hueso

Gastrónomo y cocinero, rindió culto al vino, disfrutó de las tardes de toros y fue un forofo del pelotari Titín

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hace 20 años disfruté de la primera conversación personal con Rafael Azcona. Un mano a mano en el restaurante madrileño Ainhoa hablando de todo lo humano y de la muerte. Me enganchó mientras viva. Rafael apostaba por aseguradoras que retiraran el difunto sin que nadie se enterara, ya que a los muertos se les daba una importancia innecesaria. Su novela Los muertos no se tocan, nene es un divertido velatorio con mucho fondo y lo iba a reescribir de inmediato.

El lunes, a las siete de la mañana, murió Azcona. Ayer lo incineraron y después comunicó su esposa, Susi, la noticia a los amigos y a los medios. Sólo le velaron sus hijos y su hermana Carmen. Le encantaba el guión de Juan Ramón Jiménez: «Cuando muera, no digáis nada a nadie. Coged el cuerpo y lleváoslo en secreto, al amanecer, sin procesión ni avisos. Sólo las personas -mujer, hermana, hijos - que deben estar en esa intimidad fea. La muerte de uno deben saberla los demás sólo por la negativa abstracta de la vida de nuestro cuerpo. No por la afirmación concreta de la muerte».

Era buen cocinero, seleccionaba los menús y a mí me dejaba lo del vino. Pasamos largas sobremesas en El Frontón II, La Trianera, Tataglia, Gaztelupe, La Manduca de Azagra, El Landó de donde alguna vez nos aconsejó el amo Ángel que las siete era buena hora para la retirada «en taxi». La mayoría de reuniones al alimón y muchas con el matador Pedrés y el ganadero Antonio Briones.

Su última querencia fue el pelotari Titín. Veía los partidos y los comentábamos con notas. Le envié docenas de grabaciones. Me decía el último 25 de diciembre en un mensaje: «Estábamos abriendo los regalos -han venido nuestros hijos con sus proles- pero lo he dejado todo por ver el partido. Hubo tantos bonitos y Titín, a pesar de los turrones, y pese a Nalda, sigue siendo Titín. ¿Me voy a por mis regalos!». De su dolencia solía decirme: «Aquí sigo lidiando este marrajo que se resiste».

Alma rural

No le gustaban los vinos modernos que llamaba de «jarra, taberna y arriero» y a él debo lo de dejar de fumar («te lo digo yo, que hasta he ido con una caja de puros bajo el brazo») y decidirme a escribir en ordenador «aunque sea para sólo usarlo como una olivetti».

Veía muchas corridas de toros televisadas y le gustaban El Cid y Castella. Odiaba los adornos y desplantes sin notable faena previa.

La noche de los cineastas de Arnedo en El Sopitas fue de diez. El talante de Rafael, que hasta cantó jotas, calentó a todos y salimos un poco perfumados y a esas horas. Y dando lances con los abrigos. El hotel se hacía largo y la escarcha hacía estragos. Azcona dudaba del buen camino hasta que dijo: «Vamos bien. Aquí está la plaza de toros y el hotel a 100 metros». Siempre tuvo a mano la jerga taurina. En toda su obra. Sus creencias y convicciones políticas están reflejadas en su extensa obra. Acababa de repasar Los ilusos para una reedición. Como ilusos nos vemos sus amigos porque pensamos que Rafael no podía morir nunca.



*Pedro Mari Azofra es autor del libro La tauromaquia según Rafael Azcona