El País Vasco, en su techo autonómico
Por una deformación intelectual que probablemente tenga que ver con nuestro complejo proceso de transición a la democracia, la coherencia interna y el rigor conceptual se exigen sólo a las grandes formaciones políticas estatales. Los nacionalistas de la periferia pueden ser ambiguos, incoherentes consigo mismos o lanzar mensajes contradictorios o contrapuestos sin que se les critique con la lógica contundencia que merecen estas actitudes. Y así, a nadie parece haber sorprendido el doble lenguaje del PNV en el Aberri Eguna, que es continuación de la ambigüedad que la cúpula nacionalista ha venido practicando desde que conoció los pésimos resultados del 9-M.
Actualizado: GuardarPese a la patriótica inflamación de Ibarretxe en su intervención, lo cierto es que la sociedad vasca ha penalizado claramente en las urnas la radicalización nacionalista que se ha plasmado en la retirada de Imaz y en la locura soberanista de un lehendakari que se había lanzado al monte, prometiendo un referéndum imposible cuya invocación dividía y crispaba, hacía imposible la comunicación entre Madrid y Vitoria, fortalecía a ETA y abocaba la cuestión vasca hacia un callejón sin salida. No está de más recordar que el PNV, que ha perdido 120.000 votos y un diputado, ha sido derrotado ampliamente por el PSE-PSOE en la comunidad autónoma, en las tres provincias, en las tres capitales y en las principales localidades. Así las cosas, y a la hora de establecer los grandes equilibrios que marcarán la impronta de la legislatura, parece evidente que la formación que tiene un serio problema para avanzar no es el PSOE de Zapatero, a quien le falta siete escaños para la mayoría absoluta, sino el PNV, que tiene que digerir los malos resultados y dar marcha atrás en el desafuero autodeterminista e inviable de Ibarretxe, a quien los ciudadanos han dado ostensiblemente la espalda.
De momento, el PNV ha ensayado, está ensayando, la táctica de la ambigüedad. Mientras Ibarretxe insiste en reclamar un imposible «derecho a decidir» de los vascos aunque ya no menciona ni su propio plan ni mucho menos el referéndum, Urkullu es bastante más inconcreto y apenas solicita un «acuerdo singular» que amplíe el autogobierno. Eusko Alkartasuna, en un alarde de visión política tras perder su único diputado en Madrid, ya ha criticado agriamente al PNV -y a Ezker Batua- su alejamiento de la hoja de ruta que conducía al referéndum de octubre que anunció el lehendakari.
El PSE, en sus primeros tanteos, ya concedió la posibilidad de llevar a cabo una reforma del Estatuto de Gernika a la catalana, es decir, por procedimientos plenamente constitucionales, propuesta que de momento no parece haber sido aceptada por los nacionalistas, que aspiran en apariencia a la imposible negociación bilateral con Zapatero. Con ambigüedades o sin ellas, estamos en un punto en que el choque con la realidad parece inevitable. Habría, pues, que dejar de dar vueltas a las palabras, a los símbolos, a los conceptos como si en realidad nunca hubiéramos de llegar al destino. La autonomía vasca está en su techo, y ello colma y sacia seguramente a una sociedad cuya principal aspiración consiste hoy en acabar con ETA.