ANDALUCÍA

Al día de hoy

SIEMPRE barruntamos que la coalición de Izquierda Unida era una foto entre el amarillo de un tiempo pasado, pero incierto a la hora de precisarlo y definirlo, y el colorín contemporáneo que todo lo frivoliza y abrillanta. El único notable de la coalición que nos pareció siempre estar al margen del tiempo concreto, sus pompas, obras y otras limitaciones puntuales, era el profesor Felipe Alcaraz. Incluso levitando por encima de la cabeza romana del ejemplar Julio Anguita.

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Alcaraz era, y es, como el inspector Wallander, el policía héroe del escritor sueco Henning Menkell, aunque también poseía, y posee, un mundo de dudas y recelos que solían desembocar (en el caso del inspector) en un estado de terror (el antihéroe, vaya), especialmente llegada esas noches de silencios prolongados y ruidos fugaces.

A día de hoy, en este momento en el que los políticos que triunfaron ante las urnas, en mayor o menor medida, tienen que enfrentarse puntualmente al cumplimiento de las cataratas de promesas efectuadas a menos de un palmo de esos rostros ciudadanos que expresan tanto escepticismo, Alcaraz saldría del atolladero arrastrando algunos adjetivos ásperos y convirtiendo su permanente ensayo de sonrisa agria en una mueca de sala de urgencia.

Porque ya mismo sólo se detectan políticos satisfechos y exultantes, según como les vaya en sus respectivas casas-carteles, sectarios o no, atrevidos o cautelosos. Y es que gente así comienza a escasear desde el comienzo del milenio. Entonces, a Alcaraz tendríamos que protegerlo como último individuo de una especie en trance de extinción. A la derecha le viene sucediendo tres cuartos de lo mismo, con los 'desplazamientos' de los Trillo, Zaplana, Mayor Oreja o el incomparable Acebes. Es una dinámica inevitable: va desapareciendo ese procerío político concreto y, de inmediato, le sigue una caterva de ilustres columnistas y otras criaturas 'invertebradas' que merodean por esos lugares que antaño llamábamos redacción.