Reflexiones de la gente corriente
Me monto en un taxi, camino de la calle que sirve de antetítulo a este espacio donde los redactores reflexionamos (aquí la única grabadora que vale es nuestra conciencia, que ahora rebobino para no perder el hilo), y esperando a que el taxista me sirva de fuente. Sí, señor, me digo, para estos artículos no me vale llamar a nadie, ni tirar de agenda, aquí estoy a solas con mi pensamiento, como dijo aquél.
Actualizado:El caso es que ayer no estaba el horno para bollos o el cerebro para pensar demasiado, así que me encomendé al taxista, para que me solucione la papeleta. Pero la suerte es como es y, si un día me da por poner cara de pocos amigos y mis labios están sellados, ahí está el taxista (filósofos algunos, donde los haya) para darme una conversación que agradezco, pero que no buscaba.
Pues si hoy (ayer, para el lector) la buscaba, no lo tuve tan fácil. A mitad de mi destino y tras varias miradas de reojo, veo que el hombre no se arranca. Así que recurro al parte meteorológico: «Hay que ver lo soleado que está el día, cuando hace nada estaba lloviendo... El tiempo está loco, desde luego». Y espero la reacción. «A ver si dejo el taxi mañana y me voy a la playa con la familia. Lo que pasa que no puede dejar uno el taxi así como así, ya que tenemos muchos gastos y la cosa no está muy boyante». Ya en Cristina, me habla sobre la Semana Santa y me despido, previo pago del importe, con la sensación de haber encontrado lo que buscaba. eesteban@lavozdigital.es