Artículos

Historias

Para terminar de hundir en el oprobio a la megaserie Roma, Cuatro optó por emitir la última tanda-monstruo a partir de la medianoche del sábado (ya era domingo), y el prime time lo cubrió con una adaptación reciente de Robinson Crusoe: la versión que sobre la novela de Defoe hicieron en 1997 George Miller y Rod Hardy, con Pierce Brosnan en el papel del célebre náufrago. Como la obra andaba más bien floja de presupuesto, los productores decidieron orientarla hacia el mercado televisivo, de manera que acabó siendo un telefilme de lujo. Es una creación muy digna: fiel al relato original, cuidadosamente puesta en escena, bien interpretada (con todas las salvedades que Brosnan suele inspirar); las comparaciones, que son odiosas, también son inevitables, y uno no puede dejar de constatar que este Robinson Crusoe televisivo, con su bajo presupuesto, es objetivamente superior a una buena porción de productos que por aquí suelen pasar como ambiciosas creaciones para la pantalla grande.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Otra cosa que tampoco se puede dejar de constatar es el excelente partido que la industria audiovisual anglosajona ha sabido sacar a su acervo literario e, inversamente, la nula atención que aquí dispensamos a nuestro propio legado. ¿Sabía usted que el caso real que inspiró a Defoe su novela fue protagonizado por un español? Se llamaba Pedro Serrano, naufragó hacia 1526 en un banco de arena del Caribe (todavía hoy se llama Serrana Bank ese paraje) y estuvo ocho años, ocho, abandonado a su suerte, comiendo moluscos y tortugas, hasta que sus señales de humo fueron divisadas por un galeón que iba de La Habana a Cartagena de Indias. La historia de Serrano fue muy conocida: dio la vuelta al mundo de la época y no faltan las crónicas que la relaten. Hoy lo ignoramos, entre otras razones, porque nadie le ha hecho una película. Esto, es verdad, no es exactamente una crítica de televisión. Es más bien una crítica de la televisión que no hay, porque no somos capaces de hacerla; una crítica de la fenomenal ignorancia que nos gastamos para con nuestra propia historia.

Estrambote: hace pocos días, Andrés Cárdenas, compañero en Ideal, escritor, contaba el lamentable episodio de ese sindicato sevillano de estudiantes que conminaba al colegio 19 de Julio de Bailén a cambiar su nombre, en razón de sus connotaciones franquistas; esos estudiantes ignoraban que la fecha del 19 de julio no tiene nada que ver con Franco, sino que evoca la batalla de Bailén, que tuvo lugar el 19 de julio de 1808. ¿Esto tampoco es crítica de televisión? Bueno, según se mire: una historia como esta es propia de estudiantes como los de Física o Química, la serie de Antena 3. Al final, la tele marca el camino de futuro.