MAR DE LEVA

Doce pasado por agua

Más que como diputados liberales y serviles, me temo que acabamos sintiéndonos un poco como Felipe II. El rey de negro de la leyenda del mismo color, no el cuartetero de Rota, aclaro. Por la que nos cayó encima y la lucha inútil contra los elementos. Por si estuvieron ustedes en la Sierra o los Madriles, que pega mucho en estos días (no todos los gaditanos huyen del carnaval, oigan): El miércoles pasado no se mojaron las cofradías que procesionaban por la tarde: los que se pusieron pipando fueron nuestros hijos durante toda la mañana. Y los que habían organizado la famosa gymnaka del 12. Y, sí, también hasta algún político que vino a verlo.

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Ya nos lo advirtió en la arenga de salida el comandante del puesto: El 19 de marzo de 1812 cayó una tromba de agua de impresión, que se interpretó como un mal augurio y que se refleja en el paraguas verde que sostiene uno de los personajes del famoso cuadro de Viniegra. Lo que no sabíamos a esa hora, rodeados de chavalería y no tan chavalería, de Cádiz y venidos en algún caso de los pueblos cercanos, es que la cosa iba a quedar tan deslucida como quedó porque el calendario es el calendario y la primavera altera no sólo la sangre, sino también la climatología. Es verdad que nos hace falta agua como el comer, cónchiles, pero también es malaje que llueva precisamente cuando hay cuatrocientos muchachuelos corriendo por las calles intentando recuperar trocitos del mapa del tesoro del ordenador portátil que todos querían como premio.

Al final la cosa acabó como el rosario de la aurora, con resbalones provocados en comandita por la cera de los suelos y la lluvia de los cielos, con ese aroma a fracaso que sólo sabe dar la lluvia cuando se pone puñetera y estropea planes y sueños. La situación algo surrealista de ver a figurantes disfrazados y algo desangelados en cada uno de los puestos de las pruebas, los soldados de pega del otro acto paralelo intentando coger el paso y procurando que no se les desmontaran los fusiles, ese obispo con la tiara que parece hecha en Astilleros, de lo grande que le queda, más la penitencia de buenas señoras vestidas de piconera y cantando Gaditana o Los duros antiguos, que lo mismo para ellas son himnos no oficiosos del Doce, como el Me han dicho que el amarillo al verdadero del Cádiz, contrastaba con el vallado púrpura de la Carrera Oficial de la Semana Santa, la actividad normal de la gente que trabajaba porque era día de diario, y las expresiones de asombro de los turistas en chanclas que no comprendían qué estaba pasando entre tanto señor vestido de Napoleón y tanto chiquillos corriendo como patitos empapados; cualquiera se detenía a explicar en alemán que esto era La Pepa, así es la Costa de la Luz cuando nos llueve, y que las bermudas y las playeras son atuendos para más el verano.

Uno saca algunas conclusiones, unas felices y otras no tanto. La primera, y en la frente, que nuestros hijos no conocen las calles de Cádiz y les cuesta la misma vida llegar solos desde San Antonio al Pópulo sin pasar antes por la plaza del Falla. La segunda, que convendría para otros años separar las gymkanas en grupos de edad, que no es lo mismo un mocetón universitario que un chiquillo de sexto de primaria. La tercera, que en años sucesivos la participación juvenil tendrá que plantearse en otro día que no sea el mismo 19, pues será difícil que los escolares tengan vacaciones, como ha pasado este año. La cuarta, que habrá que plantear que el 19 de marzo del 2012 será lunes, y tendrán que hacerlo festivo (pero que no nos lo cambie nadie por el lunes de carnaval, porfa). Y la quinta, que para este tipo de cosas, se prevea lluvia o no se prevea, hay que facilitar espacios donde la gente no se moje, por lo menos en los puntos de arranque y de reencuentro. O sea, un toldo en San Antonio que permita que los oradores no se electrocuten y los participantes no se ahoguen.

Eso, por lo menos, en cuanto a la participación de nuestros hijos en el bicentenario. Que el resto del pueblo de Cádiz se entere de qué va la cosa es otra asignatura pendiente. Queda tiempo, pero el reloj corre.