Dividido y confuso
La celebración ayer del Día de la Patria Vasca constituyó, un año más, un signo de las dificultades que encuentra la ciudadanía de Euskadi a la hora de definirse en términos identitarios y de construirse como una comunidad políticamente cohesionada. Lo llamativo en esta ocasión es que la división entre nacionalistas y no nacionalistas se ha trasladado, y de manera virulenta, al seno de los propios nacionalistas. Dada por descontada la distancia que separa al nacionalismo institucional del antidemocrático, agrupado en torno a las organizaciones de la izquierda abertzale, ni siquiera las dos formaciones unidas en el Gobierno de Ibarretxe -el PNV y Eusko Alkartasuna- han dejado de airear sus diferencias en un asunto tan básico como su concepción nacional. Una diatriba que no cabe desvincular del declive que el nacionalismo viene sufriendo en las últimas confrontaciones electorales.
Actualizado: GuardarEra precisamente ese declive, constatado de manera fehaciente en las elecciones generales, lo que mayor expectación había creado en torno a los mensajes que el PNV debía emitir en una fecha tan señalada como la de ayer. Tanto el líder del partido como el lehendakari volvieron a emplearse en la reivindicación de un nuevo pacto con el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, que se centraría en algún tipo de reformulación del actual autogobierno vasco. Sin embargo, sigue resultando muy difícil deducir de los oscuros y casi crípticos discursos pronunciados ayer cuál es exactamente el planteamiento que el PNV mantendrá en la búsqueda de ese consenso que con tanto empeño está ofreciendo tras su revés electoral; y más en concreto, qué significan tanto «el acuerdo singular» como «el paso de gigante en el autogobierno» a los que se refirió Urkullu. Esa falta de claridad alimenta la impresión de que los peneuvistas están tratando de ganar tiempo para emplearlo en poner primero orden en sus propias filas. Pero son justamente las contradicciones existentes en su seno, así como la insoslayable necesidad de procurar antes que nada un acuerdo entre los propios partidos vascos, lo que fija los límites que el presidente Rodríguez Zapatero no debería obviar en su voluntad de procurar un acercamiento a los nacionalistas para tratar de ampliar su mayoría en la sesión de investidura.