Opinion

Conciliación palestina

El compromiso alcanzado ayer por al-Fatah y Hamas para reanudar sus conversaciones el próximo 5 de abril, después de nueve meses de enfrentamiento, constituye un primer paso indispensable para intentar reconciliar a las facciones palestinas y reavivar, con ello, el maltrecho proceso de paz en Oriente Medio. La mediación yemení ha propiciado un acercamiento entre los grupos de Abbas y Haniyeh que puede acabar resultando determinante, aunque el escepticismo derivado de una cruda realidad de violencia cotidiana obliga a mitigar las expectativas sobre un arreglo que supondría regresar al estatus previo al del pasado mes de junio; esto es, al momento en que Hamas tomó el control de la Franja de Gaza, dejando a la Autoridad Nacional Palestina, dominada por al-Fatah, a cargo sólo de Cisjordania. La única alternativa que puede devolver su precaria estabilidad a la zona y paliar el drama de la castigada población civil -singularmente la que malvive hacinada en Gaza- pasa por la recuperación de los Acuerdos de La Meca, que propiciaron la configuración de un Gobierno de unidad nacional.

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La consecución de ese objetivo, perseguido por los mediadores yemeníes, obliga en primer término a Hamas a renunciar a las ventajas que extrae de su control sobre la Franja; y, en consecuencia, a atemperar su beligerancia hacia los pasos pactados en la cumbre de Anápolis para tratar de alcanzar un acuerdo de paz con Israel antes de que finalice 2008. Pero las graves consecuencias que ha provocado la quiebra registrada en el seno de los propios palestinos cuestionan también la efectividad de la estrategia de la comunidad internacional al alimentar esa división priorizando las relaciones con al-Fatah y su área de poder; especialmente cuando ni esa política, ni aun menos las operaciones de castigo de Israel, han logrado revolver a la población de Gaza contra Hamas. El acuerdo cerrado ayer implica por parte de ambas facciones una voluntad de negociación con calendario para intentar recomponer la unidad nacional, lo que constituye en sí mismo un motivo de esperanza a fin de revitalizar el agónico proceso de paz. Porque ningún gran pacto para acabar con la sangría de muertes en Oriente Medio será ni tan siquiera concebible si una de sus partes esenciales, los palestinos, opta por perseverar en sus luchas intestinas.