Dignidad final
La muerte de Chantal Sébire ha puesto fin a la trayectoria vital de una mujer que trató de dotar de un significado último y personal al cáncer incurable en la cavidad nasal que había desfigurado su rostro hasta hacerlo irreconocible y que había convertido los últimos ocho años de su existencia en una batalla perdida contra un dolor atroz. Las incógnitas que rodeaban ayer su fallecimiento, apenas 48 horas después de que la Justicia francesa le denegara su solicitud para poder administrarse con ayuda médica una solución letal, no deberían despertar más curiosidad pública que la que se derive de la investigación abierta. Porque el desenlace, se produjera bien como consecuencia de la grave enfermedad o bien forzado por la propia paciente, no puede empañar la piedad conmocionada con que los franceses han reaccionado ante el testimonio de sufrimiento de su conciudadana. Ni mucho menos cuestionar la decisión de Sébire de recurrir a la Justicia para tratar de impedir que el cáncer que le había arrebatado el derecho a seguir viviendo dignamente no le hurtara también su capacidad para afrontar con igual dignidad la muerte.
Actualizado: GuardarLa singularidad del caso y la emoción social que ha provocado han llevado al Gobierno galo a revisar la ley de cuidados paliativos de 2005, que permite en situaciones extremas inducir el coma para que el enfermo aguarde en ese estado su final; una opción que Sébire rechazó porque le suponía renunciar al control sobre su vida y su muerte. Su tenaz reivindicación ha reabierto el siempre delicado debate sobre la eutanasia de una manera muy singular, porque a diferencia de otros pacientes que pedían morir desde la postración de una enfermedad incapacitante, la maestra francesa conservaba todas sus facultades para poder tomar por sí misma sus propias decisiones. Que el sentido de éstas fuera reivindicar primero ante la opinión pública y luego ante los tribunales la eutanasia activa ha conferido una dimensión inédita a las reclamaciones de una muerte digna y a la interpretación misma de lo que eso significa. Tiene razón el Ejecutivo galo cuando sostiene que la eventual reforma legislativa debe distanciarse de la turbación que ha provocado el drama de Chantal Sébire. Pero parece ineludible que esta tragedia individual obligará a debatir en Francia sobre los límites de la legalidad y la eventual reconsideración de los mismos.