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REPATRIACIÓN DE CADÁVERES. Soldados estadounidenses cubren con banderas los ataúdes de sus compañeros muertos en Irak, a su llegada a Denver. / AP
MUNDO

De la esperanza a la agonía

Un lustro después de la caída de Sadam, los iraquíes ven cómo la libertad que ansiaban se ha convertido en un sueño roto salpicado de atentados y penurias

MERCEDES GALLEGO
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Han pasado cinco años desde que EE UU llevó la democracia a Irak por la fuerza. Sadam Hussein ya no está en el poder. En medio del baño de sangre, su pueblo tiene elecciones libres, Internet, teléfonos móviles y televisión por satélite. ¿Ha valido la pena? La pregunta es sencilla, pero no la respuesta. «La vida en Irak es miserable para suníes o chiíes», dice Najim Akouri, un físico nuclear parte de la veintena de iraquíes que hace balance para EL CORREO. «Antes hablaba uno y todos estábamos obligados a escucharle. Ahora todos hablan y nadie escucha».

Se refiere al más de un centenar de partidos políticos que existe en el país. La misma explosión de ideas sin consenso que refleja la explosión de ONG: unas 12.000 en todo el país. Aprender a vivir en democracia ha llevado siglos de entrenamiento en Occidente y no viene en un cedé. «La dictadura era mala, pero el caos es peor», añade el físico.

El verdadero ejercicio de democracia es el que se da esa noche en casa de Sami Rasouli, fundador de los Equipos de Musulmanes por la Paz y nuestro anfitrión en Nayaf. La mayoría son profesionales de distintos sectores, el tipo de gente que ha quedado fuera del Irak democrático por haber trabajado bajo el régimen anterior. Campesinos y extremistas religiosos son ahora la clase fuerte del nuevo Irak, pero sin los ingenieros de antes es difícil incluso reparar la red eléctrica nacional, que proporciona una o dos horas de luz en la capital y no más de seis en las zonas más afortunadas.

«Yo solía pensar que con dinero se podía arreglar todo, pero Irak me ha hecho cambiar de opinión», confesó durante un vuelo a Bagdad Don Patton, director general de la empresa estadounidense EODT especializada en Critical Mission Support. «Con el barril de petróleo a más de cien dólares (casi 70 euros), a este país no le falta dinero».

Corrupción generalizada

Durante treinta años el presupuesto iraquí se destinaba mayoritariamente a guerras y se invertía poco en infraestructura y servicios públicos. Hoy, el nuevo agujero negro es la corrupción generalizada que corroe los tejidos sociales en todas sus capas. Ya en febrero de 2005 un informe del Senado de EE UU establecía que, pese a haber invertido más de mil millones de euros en la reconstrucción de Irak, los niveles de infraestructura seguían por debajo de los que existían en el momento de la invasión. Y entre las principales razones no estaban los ataques de la insurgencia, sino «la incompetencia y el fraude». En su índice del año pasado la organización alemana Transparency International percibía a Irak como el tercer país más corrupto del mundo después de Somalia y Birmania.

«Los iraquíes soñábamos con una vida digna en la que disfrutáramos de nuestras riquezas naturales, pero ahora no somos dueños de nuestra fortuna ni vemos claro el futuro», dice Muhammad Hussein Alhalidi. «Algunos de los logros del régimen anterior se han perdido, como la nacionalización del petróleo, que ahora está en manos extranjeras». Irak posee la tercera reserva de crudo del mundo, pero todavía no ha logrado recuperar el nivel de producción que tenía antes de la guerra.

«El actual gobierno no ha cumplido sus promesas», prosigue el médico. «Nos sentimos decepcionados». Esa decepción también se puede medir. La Fundación Afqa, que significa horizonte, llevó a cabo una encuesta en la región chií de Nayaf, donde un 75% participó en las elecciones de 2005 que dieron la victoria a la coalición shií. Hoy el 45% de los electores no se molestaría en votar. «Nosotros mismos nos quedamos sorprendidos», explicó el director de la fundación. «Antes estaban muy motivados porque se habían librado del dictador, pero ahora que han visto cómo funciona el gobierno están desilusionados».

Librarse de Sadam era el sueño de todos. Algunos incluso entonan el mea culpa nacional por haber invitado durante años a la comunidad internacional a librarles del dictador. Por haber lamentado que EE UU no les apoyara en 1991, cuando las revueltas chiíes que siguieron a la derrota en Kuwait fueron aplastadas violentamente por el régimen. «Ningún iraquí vertió una lágrima por él, pero tampoco ninguno tiró flores a los invasores. Nuestra vida puede ser peor, pero en la región y en el resto del mundo están mejor sin Sadam», reflexiona Salih al-Hiloo, un periodista local. «Mis colegas hablan de la botella medio vacía. Yo voy a hablar de la medio llena. Fui a la cárcel por un artículo que escribí. Ahora escribo lo que quiero. Y podemos rechazar en las urnas a los gobiernos y a los partidos políticos que no nos gusten. Lo que tenemos que hacer es unirnos y dejar de llorar».

En un túnel

Mohammed Turky al-Mamar menea la cabeza. «Había muchas formas de librarse de Sadam, pero la guerra fue la peor de las opciones. Hemos entrado en un túnel y no sabemos a dónde vamos». Al- Halidi, que fue perseguido por el régimen por ser miembro del Partido Comunista, le apoya con un eslogan de su formación. «No a la guerra, no a los dictadores».

En la cocina la democracia se mide de otra manera. Todos los productos alimenticios son importados, la radioactividad del uranio empobrecido que se usó en las bombas ha contaminado los campos y los animales. Hay que comprar agua embotellada porque las depuradoras no funcionan. La cartilla de racionamiento es más estricta. A la pequeña Hayer, con un año de edad, la consideran adulta, por lo que su dosis de leche en polvo ha bajado a un cuarto de libra al mes. «En tiempos de Sadam nos daban media libra, ahora sólo un cuarto», cuenta su madre. «El resto la tenemos que comprar en el mercado negro a 9 dólares (más de 6 euros) por libra. Cuando Sadam estaba en el poder costaba dos centavos y había tanta que alguna gente la usaba para alimentar a los animales. Todo era más barato, empezando por la gasolina, pero ahora hay más variedad».

Los precios han subido, los puestos de trabajo han bajado. Lo que ha aumentado es el escaparate consumista. Irak es ahora un mercado virgen al que los países vecinos pueden exportar sus productos. Eso, y las octavillas de Al-Qaida advirtiendo a las mujeres de que no vistan pantalones, las explosiones en los mercados y los controles militares. Los 168 kilómetros que separan Nayaf de Bagdad se hacían en dos horas, ahora se tardan cuatro por los interminables registros para evitar algo que antes no existía, los atentados terroristas. «Los americanos trajeron a Al-Qaida», sostuvo en Bagdad M. Almudafar, jefe para la capital del programa de Petróleo por Alimentos.

Ciertamente lo que ha disminuido es la esperanza de un futuro mejor. «La situación no va a mejorar», sentencia Bushra Rasouli. «Porque a EE UU le interesa que reine el caos y la anarquía para seguir ocupándonos. Dividirnos para aprovecharse de nuestras riquezas. Para eso vinieron, ¿no?», se cuestiona. «¿O es que acaso Irak era el único país con un dictador en el mundo?».

Nadie le rebate, pero Al-Hiloo, el optimista, insiste. «Nuestras esperanzas y nuestros sueños se han cumplido al 50%. Luchemos para lograr la otra mitad». Se hace una votación. Sólo cinco de las veinte personas congregadas están de acuerdo con su evaluación del 50% y diez quieren que los estadounidenses se vayan inmediatamente.