COFRADE. Rojo posa en la capilla de la hermandad ante el Cristo de la Buena Muerte.
Jerez

La mejor medicina

Antonio Rojo lleva diecinueve años entregado a la Hermandad de la Buena Muerte, aunque en Jerez es conocido como visitador médico

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Antonio Rojo ha llegado a su hermandad. Está nervioso porque no entiende cómo a alguien se le ha podido ocurrir escribir algo sobre su condición de cofrade. «Te juro que este reportaje no va a tener éxito. En Jerez me conocen como visitador médico, pero como cofrade...». Pues hoy no se habla ni de pastillas ni de jarabes. Ahora toca narrar los nervios que tiene Rojo porque ha llegado a su Hermandad de la Buena Muerte, en el corazón del barrio de Santiago, y no da ni con la llave del portón que abre la casa hermandad.

Antonio es historiador y arqueólogo, «aunque me dediqué a esto de las medicinas porque se acaba mejor el mes», comenta. Llegó a su hermandad hace diecinueve años. «De casualidad. Vine por una promesa, así que llegué sin hacer ruido y durante ocho años seguí viniendo a los cabildos y sin faltar ni una madrugada con mi túnica de ruán. Un día, al salir de los cultos, Jaime Núñez y José Vicente Montoro me pararon en la puerta de la iglesia y me propusieron entrar en la junta, y aquí estoy», narra ahora en el salón de la hermandad.

Pasó por el puesto de secretario durante una legislatura y ahora es conciliario adjunto a protocolo. «La hermandad ha sido de las cosas más importantes de mi vida. Ha habido momentos en los que la he sentido como si fuera mi primera familia, porque he pasado momentos malillos, pero ahí estaban mis hermanos», arguye el Rojo.

Los hermanos han comenzado a llegar. Antonio Rojo tiene una broma para cada uno porque él es así. Saborea una copa de Jerez. En todos los trabajos se fuma y, aunque estemos en hermandad seria, una cosa no está reñida con la otra.

Después entra en la pequeña capilla donde están los titulares, ya montados en sus pasos. El Cristo de la Buena Muerte es como un amigo de Antonio al que llama Er Manué. La Virgen es punto y aparte. «Qué quieres que te diga de Ella, si lo dice todo con su mirada», comenta apasasionadamente.

Antonio Rojo encontró su mejor medicina en la hermandad de la Buena Muerte. «Somos una familia, siempre lo hemos sido», dice describiendo a su gente. Y finalmente, cierra con un aforismo que, todo el que conozca, suscribiría en un instante. «Sólo quiero que cuando me muera, los que me conocen digan: 'Joder, con lo buena gente que era'. Eso sí que es una Buena Muerte».