Ponce, en el patio de su casa
El diestro recupera técnica y estética en el coso valenciano y firma dos faenas que fueron premiadas con un par de orejas
Actualizado:Al toro de Juan Pedro que rompió plaza le pegó Ponce antes de banderillas veintitantos capotazos. De amarrar. El toro empujó sólo en la primera vara. 600 kilos. Los veintipico capotazos de amarre fueron aviso de que Ponce estaba dispuesto a vaciarle los cajones. Si el toro hubiera sido un armario.
De toro armario algo tuvo. Por el volumen. Sometido por Ponce a destajo interminable. Ocho muletazos de tanteo abrieron el trabajo. Soplaba viento, tiraron los preceptivos papelitos de brújula y Ponce se fue a torear a las rayas de sol y junto a la puerta de cuadrillas. Ahí pasó todo. En diez minutos.
Todo fue cargar con el toro Ponce casi a cuestas. Confiarlo, acompañar los primeros viajes tapándolos, tocar y sobar. No forzar la máquina. Tampoco tirar líneas, precisamente porque había que tirar del toro, que unas veces se rebrincaba y otras echaba la cara arriba.
Con la música cobró aire la faena, entera en el mismo sitio. Donde los papelitos. Los embroques por la mano izquierda, ajustados, serenos, fueron la nota de calidad. Largos muletazos, de abajo arriba y con salida, ahora sí, en línea. Hubo tiempos muertos. Muletazos se diría que idénticos. Muchos. Mínimas variaciones a pies juntos, un abaniqueo. Un aviso antes de haber pensado Ponce en cuadrar siquiera. Al fin, una rara estocada, contraria y trasera, en la suerte contraria y dando al toro salida a toriles. Una oreja.
Se soltó el segundo toro. Enterró pitones, perdía las manos al menor tirón. Duró poco. Manzanares no se peleó con él. Ni se cruzó tampoco. Alguna que otra voz en los reclamos. El ánimo justo. El tercero, salió aventado. No atendió dos intentos de David Esteve de cite para largas cambiadas, estuvo a punto de arrollarlo tres veces y al cuarto muletazo le pegó una voltereta de saltimbanqui. Bucle en el vuelo, cayó sentado David. Y enseguida de pie y a la pelea, que fue agria, porque el toro lo vio todas las veces y el torero parecía el blanco de la diana. Los sustos fueron no pocos. El peor, en el segundo embroque con la espada: salió Esteve encunado y lanzado como un fardo. Duro de ver.
Cuando volvió a salir Ponce, cambió el signo. Como una alfombra el ambiente rendido. Un cuarto jabonero sucio, de hermosas hechuras, serio. Ahora no hubo capoteo de amarre, sino lances por los vuelos, y hasta un quite correctito a la verónica. Castigo de puyas mínimo, Ponce lo quería enterito. Se encargó de la lidia en banderillas y, aun después de haber dado paso al mayor de los hermanos Tejero, volvió a salir para fijar al toro. Con un excelente lance. De nuevo fue faena en las rayas del sol, al abrigo de los papelitos y al calor de los clientes. El toro, boyante, enterró los pitones al segundo muletazo. Pero se vino arriba, tenía carácter. Bravo el fondo.
Raras variantes
Ponce se embarcó, y ahora sin red, en una faena que iba a ser, como tantas suyas, larguísimas. De las buenas. Con reparos. Partida por infinidad de pausas y paseos como de pasarela, que la dividieron en tramos gratuitos. Vivo y fijo el toro, por crudo punteaba un poco. Sólo jugó cuando le dio carta Ponce. La mano fina del toro fue la izquierda y por ahí vinieron los mejores dibujos de Ponce, pases de la firma, o naturales clásicos, de perfil, a pies juntos. Para dentro el viaje marcado a placer. Todo se vivió en general alboroto. Las pausas, los paseos y las metidas de mano en la masa. A todo parecía convenirle un cierto desorden o un dejarse ir más. Eso, el dejarse ir, pasó después. Antes, Ponce sorprendió con una rara variante de sus famosos postres, que ahora apenas prodiga. Los muletazos ayudados genuflexos eran los postres.
Los golpes brillantes fueron un trincherazo, un molinete,. La espuma de verdad improvisada, que casi revienta el palco al mandar el primer aviso. Con retraso. Pero casi se comen al palco. Tras el aviso, Ponce cuajó su tanda más redonda, e hincando la rodilla se trajo al toro con suma soltura. Roto el toro a embestir. Dos pinchazos, estocada trasera, otro aviso, dos descabellos. Una oreja en desagravio por los avisos. Y se acabó lo que se daba. Los dos peores de la corrida fueron quinto y, sobre todo, el sexto. Éste, fuera de tipo y órbita. El otro, manso de los que se esconden. Manzanares acarició más a éste tan complicadito que al bueno de antes. Esteve se dejó la piel honradamente con la prenda del cierre.