La realidad que se impone
Ni me gusta ni me disgusta la Semana Santa. No voy a entrar al trapo en este tema que enciende pasiones en Jerez, aunque también provoca rechazos. Sólo diré que no tengo nada en contra de las manifestaciones artísticas, algunas incluso me emboban. Otra cosa son las exhibiciones religiosas públicas...
Actualizado: GuardarEstos días todo se para, las miradas se centran en las procesiones, las agendas se descargan porque en lo que piensan los jerezanos es en las estaciones de penitencia -algunos dirán que en los días de vacaciones-. Pero entre trompetas, tambores, flores e incienso la realidad se acaba abriendo paso para que no se nos olvide a ninguno que los paréntesis no existen, y que las cosas son como son, sin anestesia.
Y esta Semana Santa, aunque me he asomado como mis compañeros al balcón de la Porvera al paso de alguna Hermandad, tenía la cabeza puesta en otras cosas. En esa familia destrozada por la tragedia en San Telmo y en lo que ha revelado este desgraciado suceso sobre la marginación de una barriada y la dificultad que tienen muchos para llegar a final de mes y sacudirse de encima las necesidades.
En eso de que ha salido poca gente a la calle a ver las primeras procesiones. Claro que luego en la cola del supermercado me queda clara la explicación: los euros no dan para alegrías, las hipotecas cada vez cuesta más pagarlas y los sueldos minúsculos, asustados, congelados.
Hasta entre los puestos de chucherías me he dado de bruces con la cara más fea. Ayer, en vez de patatas y caramelos, vi a dos tenderos gritándose, reprochándose que uno se inmiscuyera en la acera del otro, casi llegando a las manos para defender lo suyo, que la cosa está muy mala, ante las caras de los chiquillos. ¿Quieren más realidad?