Editorial

Certezas de la crisis

Las perturbaciones que sacuden los mercados mundiales desde el pasado agosto han derivado en una inquietante crisis de confianza, cuyas consecuencias -falta de liquidez y restricciones en el crédito- están obligando a las autoridades monetarias y económicas a adoptar medidas excepcionales para tratar de evitar un hundimiento financiero que afectaría al conjunto del sistema. Entre ellas se encuentran decisiones tan inusuales como que el Estado salga al rescate de entidades bancarias en riesgo de quiebra, como ocurrió primero con la británica Northern Rock y ahora con la estadounidense Bear Stearns. Los temores que atenazan a los mercados han generalizado un estado de incertidumbre que, lejos de disiparse con el paso del tiempo y las sucesivas intervenciones concertadas de los bancos centrales, amenaza con prolongarse debido, en gran medida, a la imposibilidad de calibrar aún con total exactitud el grado de penetración de los llamados créditos basura. Pero es justamente la persistencia de los interrogantes la que permite asegurar ya que esta crisis financiera es insólita, de rápido contagio y de efectos más profundos y duraderos de lo que se preveía.

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Con todo, lo que ha desatado la alarma en las instituciones concernidas es el negativo influjo que está ejerciendo la zozobra en los mercados sobre la economía real; así ha quedado demostrado en el recorte en las previsiones de beneficios de empresas como Siemens. Con su decisión de rebajar 0,75 puntos los tipos de interés, la Reserva Federal de EE UU trata de enviar un doble mensaje de tranquilidad al sistema, por más que la naturaleza de la crisis esté cuestionando la efectividad de las recetas puestas en práctica para paliarla. Por una parte, la FED reitera su determinación de hacer lo que esté en su mano para intentar que los operadores financieros recobren la confianza y evitar así el desplome de la economía; y, por otra, confirma que su prioridad es el combate contra la recesión, aun cuando eso signifique intensificar las tensiones inflacionistas. Pero ese nuevo abaratamiento del dinero ensancha también la perniciosa distancia entre el intervencionismo de la institución estadounidense y la contención del Banco Central Europeo. Porque su falta de sincronía tanto en el diagnóstico del problema como en el modo de afrontarlo dificulta la adopción de estrategias compartidas ante un problema global y compromete la propia eficacia de las soluciones planteadas.