opinión

Vuelta de Hoja | Fuera de la ley

Confieso que siempre me ha inquietado oír gritar: «¿igualdad!» a un jorobado, sobre todo cuando no tiene chepa. La igualdad debe ser un punto de partida, no de llegada. El que corra más que sea porque tiene más prisa o más capacidad pulmonar o mental. O bien porque tenga una noción más clara de dónde está la línea de meta.

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Un año después de la entrada en vigor de la norma de composición del Parlamento, nos hemos dado cuenta de su parcial inutilidad, o sea, de su absoluto fracaso. Las directivas cobran menos que los directivos y hay muchos más diputados que diputadas.

Hace mucho que Simone de Beauvoir, que tendría defectos pero no el de ser tonta ni el de rodearse de tontos, dijo eso de que «no se nace mujer, se nace persona». Entre nosotros, donde todo es siempre algo distinto, el PSOE ha dado por fracasada la ley de igualdad, lo que convierte en forajidas a muchas. Quizá de ese fracaso sean culpables algunas furibundas feministas, pero sobre todo son responsables algunos hombres, que no conformes con serlo quieren ser machistas, muy machistas.

Habrá que ensayar fórmulas nuevas. La llamada paridad, como coincidencia es una similitud excesiva y como casualidad es una explicación insuficiente. Por unas cosas o por otras no hemos llevado bien este asunto fundamental, pero todo estaba, hace sesenta años, bastante peor.

Yo escribía donde podía y lo mejor que podía, pero la única que contaba con un empleo era mi mujer, y cuando fue a comprarse un coche, un Dos Caballos por más señas, con su dinero y sus ahorros y su trabajo, le exigieron el permiso de su marido. Sólo por hacer más amena la felicidad compatible con el vínculo, yo le decía: «A ver si no te autorizo». No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me decía.