Cultura

La saeta (II)

Comentábamos en el anterior artículo que, unida a la práctica del Vía Crucis que fomentaron capuchinos y franciscanos, se fue configurando una costumbre de interpretar una serie de liturgias salmodiadas en cada estación del mismo. De estos textos, de fuerte carácter didáctico y aleccionador, pudieron ir desgajándose aquellos pasajes que tenían una mayor interés dramático. Una fuente de indudable valía para la tarea de aquellos frailes que se dedicaban por nuestros pueblos y ciudades a las misiones.

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Conviene resaltar este aspecto porque en su ámbito aparece la primera noticia documentada del término saeta, asociado a tales formas de penitencia. Así consta en un libro de 1691, firmado por Tomás López de Haro, con el curioso título de Voces del dolor nacidas de la multitud de pecados que se cometen por los trajes profanos, afeites, escotados y culpables ornatos. En un fragmento del mismo se especifica: «Mis hermanos los reverendos padres del convento de Nuestro Padre San Francisco todos los meses del año, el Domingo de cuerda, por la tarde, hacen misión, bajando la comunidad entera a andar el Vía Crucis con sogas y coronas de espinas. Entre paso y paso, cantaban saetas».

El historiador Benito Mas y Prat nos ofrece una visión hipotética de una de estas escenas: «Estas saetas o avisos morales serían cantadas por la noche, después del toque de queda, por los hermanos de la Ronda del Pecado Mortal, quiénes salían a recorrer las calles, entonces oscuras como boca de lobo, provistos de una pequeña luz y cantando con una voz triste y sepulcral».

Pero para llegar a la saeta actual queda aún mucho trecho. Un elemento esencial en la fijación popular y la proliferación de coplas en nuestra Semana Santa fue, sin duda, la obra misionera del Beato Fray Diego de Cádiz, quien en el último tercio del siglo XVIII predicó durante largos períodos en algunas ciudades andaluzas. Este misionero incluso componía letras para las procesiones de penitencia, como esta que ha quedado en la memoria:

Los tormentos y las penas

del Divino Redentor

son efectos del pecado

con los que el hombre ofendió

Las exclaustraciones de 1834 y las persecuciones religiosas fueron un duro golpe a las cofradías y el fin de las misiones. (Continuará).