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EL CALIFA. El valenciano rueda por la arena ante el primer toro de la tarde.
Toros

Sin entrega y sin acople

El Califa, lesionado en la espalda, no supo sacar tajada de un espléndido toro codicioso de Fuente Ymbro, mientras que ni El Cid ni Perera llegaron a cuajar

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El toro de la corrida fue el primero. Primero bis. Ocho toros trajo Ricardo Gallardo (Fuente Ymbro) a Fallas y saltaron los ocho porque fue corrida de dos sobreros. Corrida sin el sello aguerrido tan propio de la ganadería. No fue difícil. Ese primero bis estaba anunciado de cuarto. Devuelto por derrengado el toro que rompió plaza, se corrió turno. Colorado, chorreadito y listón, el suplente fue de golosísima calidad. Codicioso y, por eso, toro muy pronto. De meter la cara e irse hasta el final, de repetir, de querer a todas. Entre todos los toros de buena nota librados en Fallas éste ganó a todos los demás en claridad y boyantía. Una vez escarbó, pero sólo una. Se acostó contra el caballo en la primera vara. Y, luego, en marcha y sin freno, a galope templado. Toro de los de dos orejas. Se las llevó para dentro colgando y puestas.

Tesonero, recio, voluntarioso, entregado, todo corazón El Califa con el toro. Pero rígido. Como si toreara con el mentón y con los hombros, no con los brazos ni con las muñecas. Latigazos y no muletazos. Medios muletazos, bien ajustados pero escayolados. No tirones, porque no hubo ni caso. Así de pastueña era la viva embestida del toro, que se llamaba Codicioso. Y eso mismo.

A El Califa, jaleado por el público fallero de domingo, se le encogió el corazón a la hora de pasar con la espada. Se ofuscó en citar en la suerte contraria y se le arrancaba el toro en cuanto veía flamear un fleco. En el segundo ataque, salió arrollado y revuelto por el suelo. Cinco pinchazos y cinco descabellos. No se rendía el toro. La voltereta debió ser muy dolorosa.

Convalenciente

Todavía convaleciente de las secuelas de una operación de hernia discal, El Califa no pudo salir a matar el sobrero. Que se jugó de sexto, por cierto, y fue, de salida, tormentoso. Un desencadenado fragor. El toro parecía por delante un bisonte: colorada la pinta, muy poblados de greñas encendidas los pechos, la testuz y el morrillo. Ancha la cabeza. Una velocidad descomunal, en oleada. Lo propia de los toros cortos de manos que atacan al verse libres. Desarmó en el saludo a El Cid y lo desarboló.

A carrera desenfrenada tuvo El Cid que ganar la barrera y saltarla sin mirar hacia atrás. La segunda salida de El Cid se saldó con otro desarme no tan desairado como el primero, pero casi. Ahí y entonces pareció vista para sentencia la cosa. La mínima coba se dio El Cid con el toro, que a última hora no resultó tan hueso como de salida. Cortos viajes, algún mugido, escasa entrega. No una fiera.

Como mal o bien se dice, la baja forzosa de El Califa dejó la corrida en mano a mano. De la baja de El Califa, y de su mutis de urgencia, no se informó. Tres toros mató El Cid, y el tercero fue el bisonte de las pilas cargadas y apagadas luego. Sólo su lote mató Miguel Ángel Perera. Ninguno de los dos anduvo fino. No salió ningún toro de la categoría tan suculenta del que le pegó la voltereta a El Califa. Pero hubo toro y toros para los dos supervivientes.

El primero de lote de El Cid, albahío con las palas blancas, un cromo de la colección Veragua, se tronchó no por la cepa sino por la pala los cuernos, los dos. De un mero entierro de pitones. Como si fueran frágil materia. Cascados como cañas. El segundo bis, segundo sobrero también, salió bien armado y puesto, peleón en el caballo y un punto distraído, pero fue toro de mucha movilidad. Parecía querer romper. Resuelto como suele, El Cid abrió faena sin dilación. No acabó de convenirle el toro. No hubo acople, sino que el aire mismo del toro marcó el ritmo. Ligero El Cid. En los medios, en el tercio, en las tablas de allá, en las de acá. Mucha pista. Tampoco Perera se acopló con el tercero, que fue más cómodo de todo: algo mansito, suelto de embroques, pero estaba deseando el toro que lo quisieran, que lo metieran en el saco. Muchos pases de Perera, pero sin encontrar el punto del toro. El segundo de lote de El Cid, castaño girón, papudo, corto de cuello, salió muy bondadoso. Romaneó en el caballo, acusó la tunda. El Cid brindó a la gente y, con ambiente a favor, dibujó por abajo y despacio una tanda con la derecha. No mucho más hubo que celebrar. El toro no se encontró nunca a El Cid donde se suponía que tenía que estar el torero. Algo mustio el viaje, hacía amago de reponer. Gestero pero sin foco ni ideas claras El Cid. Sin tenerse al toro ni dejarse ir, ni cuando simulaba hacerlo. También a su aire acabó el toro.

Tras estocada tendida y desprendida, El Cid sorprendió con un abaniqueo por delante y con la izquierda. No hubo manera de que doblara el toro. Sonó un aviso. Perera, tenso desde el principio, abrió faena con el quinto, muy menguado de poder, con el clásico pase cambiado por la espalda. Rodó el toro en costalada al tercer viaje. Fue toro mirón. Pero pareció que llevaba la iniciativa él y no el torero.