Editorial

Pulso en los aeropuertos

La absurda situación que se está viviendo en los aeropuertos españoles y brasileños a cuenta de las recíprocas deportaciones de pasajeros amenaza con prolongarse incomprensiblemente hasta después de la Semana Santa después de haberse pospuesto la reunión entre nuestro ministro de Asuntos Exteriores y su homólogo carioca. Desde que el pasado 6 de marzo Brasil emitiese una nota de protesta por los casi 1.000 brasileños rechazados en Barajas, el desacuerdo migratorio entre ambos países ha originado que una veintena de españoles hayan sido también «deportados», cuando en los últimos tres años el número apenas llegó a cuatro.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

España esgrime que muchos brasileños no cumplen con los requisitos de ingreso recogidos en los acuerdos de Schengen y Brasil ha respondido que, por su parte, ellos también se limitan a exigir el cumplimiento de todos sus trámites. Y es seguro que ambos Gobiernos tienen técnicamente razón. Tanta como injustificable resulta el despropósito de que entre dos países con un elevado intercambio de ciudadanos -más de 200.000 españoles viajaron a Brasil en 2006 y 60.000 brasileños ya han pisado suelo español en 2007- no se hayan actualizado las medidas de control al hilo del espectacular incremento de los flujos de inmigración y, al final, los pasajeros se hayan visto convertidos en moneda de cambio de las discrepancias. Exigir un visado de entrada a España puede resultar políticamente incómodo, pero dejar al arbitrio de una plantilla de funcionarios, a todas luces desbordados, la decisión de dar por buenos los requisitos de dinero, reserva de hotel y referencias exigidas actualmente, ocasionará a corto plazo un deterioro mucho mayor de las relaciones entre ambas comunidades. Y para ello basta ojear la repercusión que las denuncias de pasajeros supuestamente sometidos a un incorrecto trato en las salas de inadmitidos están teniendo en la prensa latinoamericana.