Irak, balance de una guerra
Cinco años después de la invasión de Irak por una coalición angloamericana tras una controversia internacional sin precedentes, la radiografía que se puede obtener del país es tan compleja como convulsa y todavía imprevisible. No será hasta dentro de muchos años cuando se puedan calibrar en toda su dimensión las consecuencias de haber desatado una preventiva tormenta de fuego sobre el polvorín de Oriente Próximo. Pero el análisis de la situación actual, tomando la perspectiva que dan los años transcurridos sí permite definir con claridad el precio que por los aciertos y errores se ha ido pagando.
Actualizado: GuardarEn Irak, en lugar de un sanguinario dictador -las guerras, genocidios y represiones de Sadam Husein supusieron más de un millón de muertos- hay ahora con un Gobierno elegido democráticamente en unas históricas elecciones a las que sus ciudadanos acudieron en masa a votar y una Constitución aprobada en el Parlamento por todas las comunidades con vocación de garantizar una permanencia conjunta del complejo mosaico que es el país; incluso el fantasma de la guerra civil parece alejarse con la asunción por parte de los suníes de sus responsabilidades políticas en el gobierno de Al Maliki y la contención militar de los terroristas de Al Qaeda.
Pero en la otra cara de la moneda está un país en el que trescientas mil personas han muerto a causa de los atentados de unos yihadistas que antes no estaban allí o de los enfrentamientos entre suníes y chiíes; en el que la principal fuente de riqueza -los hidrocarburos- está prácticamente inutilizada por la violencia o la ávida corrupción y en el que servicios básicos como la electricidad, las conducciones de agua potable o el abastecimiento del sistema sanitario están bajo mínimos; también se oculta en ese lado sombrío del balance un desequilibrio estratégico que ha permitido al ala más radical del régimen iraní envalentonarse con su órdago nuclear, consciente de que el mundo no aguantaría una segunda intervención con las heridas de Irak y Afganistán abiertas aún. Pero, sobre todo, Irak, tienen en su oscuro haber el imperdonable error de haber puesto al borde del colapso al único foro mundial de entendimiento que con todas sus imperfecciones representa la ONU, con unos peligros prefabricados que hicieron crujir todo el andamiaje jurídico internacional y que desviaron de otros escenarios unos recursos preciosos en la lucha contra el terrorismo yihadista. Datos, con los que el mundo, aunque asuma como irrenunciable el enorme esfuerzo de estabilizar Irak, está en condiciones de juzgar cuáles fueron los errores cometidos a partir de un engaño masivo y cuáles los motivos que llevaron a justificar aquella intervención como el menor de los males posibles.