Editorial

Un año tras la igualdad

La celebración del primer aniversario de la ley de Igualdad debe servir para realizar un balance objetivo de lo que esta norma puede haber supuesto en el difícil camino hacia la equiparación de oportunidades entre hombres y mujeres en nuestro país. Y es que si en toda norma de reciente aplicación hay luces y sombras, en aquellas en las que buena parte de su éxito radica en un profundo cambio de mentalidad de la sociedad, la supervisión periódica de su buen funcionamiento es aún más importante.

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Los progresos que España ha iniciado en el desarrollo de la paridad son tan evidentes como lo son las barreras y disfunciones que hay que superar todavía. Las estadísticas evidencian que la valía profesional no ha bastado por sí sola en esta última década para acortar la distancia entre ambos sexos en las altas esferas políticas e institucionales, pero el sentimiento de que su imposición supone en realidad un demérito para quienes con su esfuerzo individual pasaron por encima de cuotas obligatorias no debe ser tampoco obviado sin más; entre otras cosas, porque explica el fondo de las reticencias que esta norma ha suscitado, no ya en los hombres sino en muchas mujeres que no quieren verse favorecidas sin más. La discriminación positiva es un paso necesario para reequilibrar inicialmente situaciones de hecho injustas pero que puede quedar vacío de contenido si se convierte en el principal ariete de esa necesaria equiparación. En este sentido, y con las evidentes mejoras que quedan por hacer, herramientas como la promoción de la efectividad en el trabajo por encima de la mera presencia y la articulación de una conciliación real de la vida personal con la laboral se han ido configurando a lo largo de estos doce meses como la columna vertebral de una verdadera cultura de la igualdad. Que 200.000 varones hayan solicitado el permiso de paternidad y más de ocho millones de mujeres estén ya plenamente integradas en el mercado laboral, son datos que deben pesar mucho más en el haber de un profundo proceso de transformación de toda una forma de ser que la precipitación por obtener con cuotas obligatorias unos números más o menos espectaculares en la composición de los consejos de administración de las grandes empresas o de los propios Gobiernos.