LA GLORIETA

De azares y justicia

U sted y yo sabemos que el miércoles habrá fastos para conmemorar el aniversario de la Pepa, la primera constitución que nos dimos los españoles. Todo un soplo de aire fresco en una España rancia, anclada en el pasado, que había perdido de vista la Ilustración y que hacía años que guerreaba contra el invasor francés. Peleó, casi inerme, contra sus armas y asumió buenas letras. Bueno era abrazar el pensamiento que traían, malo hacer lo mismo con su dominio. Armas y letras, quijotesca elección.

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Pero a lo que vamos. La Pepa. Usted siempre ha reconocido en su artículo sexto una de las ideas más hermosas contenidas en un texto legislativo, la de que los españoles tenían la obligación de ser justos y benéficos. Es bonito, pero habría que pensar qué llevó a los constituyentes a introducirlo. Sé que usted piensa que esta es tierra de caínes y que se nos impuso esa obligación precisamente porque ni éramos justos ni hacíamos el bien. Quiere pensar que hayamos mejorado algo, pero se inclina a concluir que no demasiado. Queremos enchironar a quien robó un Belén hace nueve años y damos por prescritos los delitos de los albertos -no siendo Durero ni el Magno ninguno de ellos-. Y mientras hacemos esto, hemos reelegido un presidente que nos desea buena suerte. Suele usted citar a Borges con aquella simpática blasfemia de que el azar es inescrutable. ¿Qué habrá querido decir Zeta -ya habrá visto que su atril es Z y prescinde de la engorrosa P-? Quizá piensa que usted le ha elegido como máximo mandatario para que eche unos ratos en la Moncloa y que durante ese tiempo le va a dejar en manos del azar. Un misterio. Zeta, más allá de omega, es inescrutable.