TEJELA. Da un pase a su segundo en la Feria de las Fallas.
Sociedad

Un gran toro de Montalvo

Pepín Liria se despide de la plaza de Valencia con cuarto excepcional en una corrida de juego e interés

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La corrida de jandillas de Montalvo fue muy hermosa. El cuarto de corrida, el más hondo, no el de más cara. Un toro de bandera. Solían llamarse así: por la manera de galopar, estirarse y descolgar a las primeras de cambio. Si algo le faltó fue lo que le sobró. Sobraron dos claudicaciones casi seguidas en banderillas. Serían pasos en falso sobre pista blanda. La historia tuvo dos capítulos: uno, sentimental. Era el último toro que mataba Pepín Liria en Valencia, el de su despedida, y le cortó una oreja y casi las dos. El otro capítulo fue el del estilo del toro, que quiso igual en las distancias largas que en las cortas, en el tercio que en los medios, por aquí y por allá. Noble, bravamente. Don de los dioses fue.

La suerte sonrió a Liria en trance de relieve. Pepín se hizo en plaza en ese turno con una larga cambiada de rodillas. De gasolina que prende la mecha. Juan Bautista había visto como todo el mundo el anuncio en el escaparate y salió a quitar con lances mixtos. El quite del alambique. Caleserinas y medios faroles. Al cabo de capoteo tan revoltoso, llegó lo mejor: media verónica de lindo dibujo. Liria hizo dos cosas importantes: lucir al toro, y hacerlo a propósito y generosamente, no esconderse ni una sola vez; y, luego, aunque con cierto vértigo, torear con ritmo, pues veloz ritmo tuvo una larga pero abundante faena.

Con pases de todas las marcas, como decían los clásicos. Apertura de rodillas en los medios dejando venirse el toro al galope desde tablas; dos tandas en redondo esperando de largo también la acometida viva primera; series de cuatro y cinco muletazos, más seguidos que ligados; intentos no rematados con la mano izquierda porque el toro pesaría lo suyo por ese lado; y un aparatoso final de descaros y desplantes. Perfecto oficio de Pepín para dominar la escena, poner de su parte al gentío y calentarlo casi tanto como, sin sentirse, lo estuvo calentando el toro de Montalvo con cada viaje. Faltó coronar. Sólo media tendida y trasera, dos descabellos. Una oreja. El palco se olvidó de honrar al toro con la vuelta. La mereció.

El primero de corrida, acodado y armado por delante, cuajado, se sangró excesivamente en el caballo. No por mal picado. Un azar. Charcos dejaba de rastro dondequiera que se posara. Toro pronto, con su pizca indómita, porque por la mano izquierda protestaba algo. De largo viaje por el otro pitón. Sirvieron los otros cuatro toros. El segundo se puso por delante en banderillas, cortó antes de embrocarse, parecía venir sesgado, pero, si se enteraba, avisaba. Pese a los malos arranques, tomó la muleta. Gateando y reponiendo en los primeros compases; rebeladito por la izquierda.