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En la nueva legislatura nos vamos a encontrar la irrupción del Consejo Estatal de Medios Audiovisuales, institución que, junto a la Ley General Audiovisual, conforma el núcleo de la reforma del sector. Esta reforma fue pactada por las empresas y el Gobierno meses atrás y nos han dicho que tiene cuatro finalidades: velar por los derechos y libertades en el ámbito de los medios públicos y privados; garantizar la transparencia en la propiedad de los mismos, su pluralismo y su libre competencia; supervisar el cumplimiento de las misiones de servicio público encomendadas a la radio y la TV de titularidad estatal, y velar por los contenidos de los canales, para que respeten los principios y valores constitucionales. ¿No da un poco de miedo?

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Lo primero que hizo el Consejo Audiovisual de Cataluña fue arremeter contra los medios de comunicación críticos con el gobierno autonómico. Esto es altamente preocupante y da una idea de lo que podemos esperar si no aplicamos la mayor de las vigilancias. El problema es que esa vigilancia terminarán aplicándola los partidos políticos, y aquí entramos en uno de los problemas esenciales de la vida pública española: el exceso de presencia de los partidos, sus maquinarias y sus intereses. Es como si en España no hubiera nada entre el ciudadano y el poder más que, precisamente, los partidos, que se apoyan en el ciudadano para conquistar el poder. En otras circunstancias, uno podría esperar que los profesionales fueran capaces de organizarse, pero también aquí hemos visto que el peso no corresponde tanto a los profesionales como a las empresas, que tampoco son ajenas al juego de partidos. El hecho es que el proyecto del Consejo Estatal de Medios Audiovisuales no puede ser más partitocrático: diez miembros nombrados por el Gobierno previa propuesta del Congreso por mayoría de dos tercios. Ese Consejo, sin embargo, se quiere presentar como una autoridad independiente. ¿Independiente de quién? ¿Cómo puede ser independientes de los partidos quienes son elegidos por los partidos? Con ese lastre, hay más razones para la inquietud que para el sosiego.