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Regreso al infierno iraquí

La jerezana Mercedes Gallego, corresponsal en Nueva York, vuelve al país pérsico cinco años después de cubrir la invasión de EE UU

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N ueve de marzo de 2003. Mercedes Gallego, corresponsal de en Nueva York, firma su primera crónica desde Kuwait. El país pérsico es un hervidero en el que periodistas de todo el mundo se preparan para narrar la segunda guerra del Golfo. La redactora de este periódico, sin embargo, ocupa una posición privilegiada para detallar la invasión de Irak. Integrada en la Primera División de los marines estadounidenses, Gallego seguirá en primera línea de combate los avances de las tropas norteamericanas hacia Bagdad. Cinco años después, la corresponsal neoyorquina vuelve al antiguo reino de Sadam Hussein para examinar las cicatrices de la guerra en una serie de reportajes que arranca mañana en las páginas de este diario.

El quinto aniversario de la invasión estadounidense, que oficialmente se cumple el próximo jueves, pone de relieve que la guerra ahora no se libra en el campo de batalla. Mercedes Gallego ha podido comprobar durante su visita que los iraquíes luchan cada día por salir adelante en un país devastado en el que la luz y el agua son bienes de incalculable valor. Guiada por Sami Rasouli, el hospitalario fundador de una ONG empeñada en cerrar las heridas de la sociedad iraquí, la cronista se ha sumergido en la vida diaria de Bagdad y Nayaf, la ciudad santa en la que estuvieron destinadas las tropas españolas. En ambas urbes ha comprobado cómo los controles militares dominan cada esquina y convierten los desplazamientos internos en una odisea interminable.

Las extremas medidas de seguridad, sin embargo, no representan el mayor problema para los iraquíes. Tras el derrocamiento de Sadam, las familias apenas pueden bañar a sus bebés porque temen que el agua sin embotellar esté contaminada por las bombas lanzadas durante el conflicto. EE UU empleó en la invasión proyectiles con uranio empobrecido para atravesar las estructuras metálicas y arrasar las defensas locales. Los reportajes de Mercedes Gallego analizarán esta dramática situación y otras cuestiones como la lucrativa industria del secuestro.

La enviada especial precisamente, se vio obligada a utilizar casi sin excepción prendas islámicas para evitar que fuera identificada como extranjera. Rozando la clandestinidad, Gallego ha viajado por el país vestida con un hiyab -un velo ajustado al rostro- y un manto llamado abaya que le cubría de pies a cabeza.

Hace cinco años, su atuendo era el uniforme militar y descubrió en primera persona el horror de la guerra, en la que llegó a perder a su amigo y colega Julio Anguita Parrado. Ahora, ha vuelto al infierno de arena y recuerdos.