La pesadilla afgana
Un nuevo atentado suicida en Kabul mató el jueves a seis civiles afganos, aunque el coche-bomba iba dirigido contra una patrulla norteamericana. Simultáneamente el mando militar revelaba que el día anterior las fuerzas de la coalición habían matado a 41 insurgentes y el martes Londres reconoció y lamentó que un bombardeo de sus medios aéreos habían matado a dos mujeres y dos niños. Las pérdidas de guerrilleros no parecen tener límites, sobre todo en el sur (Helmand en particular), pero tampoco, siete años después de la invasión y el fin del régimen talibán, parece cerca una derrota militar de la rebelión islamista y el propio presidente Karzai, un pastún escogido en su día por Washington para encabezar el gobierno y pilotar el proceso democratizador, intenta hablar con talibanes moderados que, al parecer, los hay. El drama de las bajas civiles es gravísimo porque enfurece a la población, daña los esfuerzos de pedagogía política sobre el terreno y afecta a la credibilidad moral del esfuerzo militar además de suscitar un debate en las retaguardias, donde el escepticismo público sobre la marcha de la guerra crece y complica la labor de los gobiernos, solicitados por la OTAN para enviar refuerzos adicionales. Por ejemplo en Canadá, un país que se negó a secundar a los EE UU en Iraq pero se ha volcado en Afganistán y ha sufrido sensibles pérdidas allí, hay inquietud porque no hay noticias de quién aportará, ni cuando, los mil hombres que su gobierno ha exigido como compañía del contingente canadiense para prorrogar su esfuerzo allí, tasado por el parlamento.
Actualizado: GuardarEl año pasado hubo unos 6300 muertos, de los que 1977 eran civiles y, de ellos, 240 lo fueron en bombardeos de la Coalición. Es el resultado inevitable del formato de los combates en el sur: la guerrilla ataca emboscada y la infantería pide apoyo a la aviación, su arma letal frente a un enemigo sin defensa antiaérea. Es difícil distinguir desde el aire una posición talibán de una vivienda cualquiera y es seguro, además, que los rebeldes se funden con la población en áreas remotas. El drama está, así, servido y tiene mala solución. Pero es un problema político muy grave que traduce, además, el punto muerto en que, en términos militares, parece estar la batalla sobre el terreno.