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TRIBUNA

Bendita paridad que estás en el Parlamento

Los resultados electorales me han hecho llorar. Eran lágrimas de emoción. Andalucía estrenará el próximo 3 de abril un Parlamento paritario, el primero de la historia de España -y casi de la humanidad- en el que podremos afirmar que las mujeres estamos en pie de igualdad. Miraba las fotos de las cincuenta parlamentarias cuando me vino ese pálpito propio de las personas inculpadas cuando la fuerza de la prueba se vuelve a su favor. Es, sin duda, una sensación compartida con quienes durante décadas hemos defendido la imposición de cuotas como instrumento imprescindible para alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres. Les agotaría relatándoles las bromas y descalificaciones sufridas por ello. ¿La de veces que hemos oído el paupérrimo discurso de la valía! ¿La de ocasiones en las que he recurrido a pedir -sin respuesta alguna- el examen que se le hacía a los hombres para copar la vida pública: los parlamentos, los consejos de gobierno y de dirección, los órganos colegiados, los rectorados, las ejecutivas de las organizaciones, las presidencias y reinos...!

CARMEN MORILLO
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Hace muchos años me juré a mi misma que, voluntariamente, no volvería a estar en un órgano no paritario. No he fallado a mi promesa. En consonancia con mis principios, he tenido la suerte de formar parte de la primera institución obligatoriamente paritaria de Andalucía: el Consejo Audiovisual, donde cada día renuevo mi esperanza en la fe y en la paridad.

Nuestra comunidad autónoma -tan atrasada a los ojos de algunos- se ha situado en la vanguardia de Europa -tal vez del mundo- en políticas de igualdad. Para muchos resulta infame que los pactos y convenios internacionales relativos a la no discriminación sexista se traduzcan aquí en normas jurídicas, en medidas legislativas que -como las leyes de Igualdad y contra la Violencia de Género- van a la raíz de un problema complejo combatiendo aquello que contribuye a eternizarlo, como la transmisión de estereotipos que fortalecen los prejuicios, la desigualdad y la violencia hacia las mujeres o la corresponsabilidad familiar. Sí, ahora hay normas que se imponen al voluntarismo y a las buenas intenciones.

La propia Ley Electoral andaluza ha sido recurrida por el Partido Popular en el Tribunal Constitucional. Hoy sabemos que, más allá de los buenos deseos, sólo la imposición de listas cremallera ha conseguido que el Parlamento de Andalucía sea paritario y pase a la historia de Europa por ello. La paridad también ha beneficiado -y yo me alegro por ello- a las mujeres del PP que reniegan de las cuotas y las tildan de humillantes. La gota que colma el vaso la pone en esta ocasión Izquierda Unida. No conozco el examen que han pasado sus nuevos y flamantes diputados para relegar del Parlamento a las mujeres de la coalición, por ejemplo a Concha Caballero tras su objetivamente exitosa legislatura. Situar a una mujer en una provincia -Almería- donde tenían la certeza de no obtener escaño refuerza lo evidente.

Lloro mientras bendigo la paridad que ha hecho posible que Andalucía rompa techos invisibles tan recios como el diamante. La carga de la prueba está a mi favor y los resultados renuevan los sueños de quienes pensamos que aún queda mucho por hacer para construir la verdadera igualdad, para quebrar las barreras que nos impiden tocar el mismo cielo. Miles y miles de mujeres viven aún en el infierno de la violencia y la resignación. Cada nueva conquista marca sólo una etapa de un camino demasiado largo y difícil donde millones de mujeres anónimas han sido corredoras de fondo. Lo refleja muy bien Frédérique Morand cuando en su libro sobre la poetisa gaditana María Gertrudis Hore y Ley (editado por el Servicio de Publicaciones de la Diputación de Cádiz) reproduce una carta publicada en La academia de los ociosos, un periódico del siglo XVIII. Una gaditana no identificada responde así a un artículo que critica el afán femenino por aprender llamando marimachos a las ilustradas: ¿Me tiene vuestra merced por una hermosa pintura sin alma racional? ¿se persuade a que yo vine al mundo y que vivo en él para otro destino, sino para oír las necedades de los hombres, creer sus lisonjas, satisfacer sus antojos y multiplicar la familia? Entonces no me hubiera dotado Dios de estos talentos que no cambio por los suyos. Yo creo que nací para saber, discurrir, y no hacer un papel miserable en el trato de las gentes. Para esto son menester los libros.

Lloro mirando las fotos de las diputadas andaluzas porque no puedo evitar recordar a mi abuela; analfabeta, una persona sin derechos, que sufrió tanto por nacer mujer.