Toros

Gran corrida de jandillas de Barral

Serafín Marín, brillante con el sexto toro, no remató con la espada una faena fácil de torero largo

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Abrió un toro entrado en carnes, de pechos y culatas bien mullidos, bajito de agujas, hondo. Acapachado. Salió muy noble y dejó marcado el camino al resto de la bondadosa corrida de Barral, donde fue excepción un quinto de descarado balcón, magras carnes, anchas sienes y finas puntas. Todos los toros de Barral descolgaron con estilo propio. La manera de ser del encaste Jandilla en versión bastante edulcorada. Con clase rompió ese hondo y hermoso primero de corrida. Y todavía más clase y parecida bondad el cuarto. Con algo más de pimienta el segundo, no tan dulce. Con manifiesta boyantía el sexto de la tarde, que salió sangrando por la vaina de un pitón y parecía haber perdido la funda justo antes de asomar. Era, de cara, menos toro que los demás. No la proa, pero sí la popa. Volumen de toro cumplido.

Metió la cara por las dos manos. Ni ofensiva, si se hace excepción del quinto garbanzo, ni agresiva la corrida. No de público, sí de toreros. Y de ganadero, porque los toros tuvieron ritmo. Todos. Incluso el quinto lo tuvo. Sólo que le pegaron dos puyazos mal medidos y eso se paga. Lo paga el toro que se desangra. Pero no sólo el toro.

Con las orejas se fueron al desolladero los seis. Serafín Marín, venido arriba en el último turno, no se las cortó al sexto por dos razones: la primera, por no matar sino al tercer empeño, y la segunda, por pasarse de faena o no administrarla. Y no mató por pasarse de faena. Sin embargo, se embraguetó en el saludo de capa y toreó a gusto en amplios lances, muy volados, de mucha tela pero sin dejarse enganchar ni un hilo. Y a gusto volvió a torear de muleta por las dos manos. Templadamante, ligando sin perder posición.

No siempre para adelante. Al hilito del pitón cuando por lo que fuera Serafín sintió que le pesaba el toro. Todo, en los medios. Tandas de cuatro y el cambiado de broche a pulso, con el toro empapado y bien librado. Académica faena, pero notable pro su facilidad. Un par de concesiones finales: circulares invertidos, que no tuvieron alcance, y una tanda espasmódica de manoletinas encabalgadas, desconcertantes. Se fue de tiempo el torero de Moncada. Se perdió la foto que estaba ya en marcha: dos orejas, puerta grande y el aviso de que aquí estoy yo, firmado Serafín, que con tanto cariño trató al toro de Barral.

En los demás casos no fue sólo cuestión de pasarse de tiempo o no acertar con la espada. En el puesto reservado al cupo de toreros regionales salió esta vez a escena Javier Rodríguez. Recio mozo, Doce años de alternativa a cuestas. Muy pocas funciones. Muchas ganas, muchas prisas, muchas voces, muchos pases, el asiento indispensable. Nada redondo. De tramo en tramo se le fueron yendo los dos toros. Tramos oscuros de dos faenas talonadas, desordenadas, sin sentido de la medida del tiempo ni del espacio. De pronto, unas espaldinas de rodillas en cadena. Cosidas con esparadrapo. Oportunidad inmejorable. No todos los días entran en lote dos jandillas tan buenos.

Gachito, acapachado, de finísimas mazorcas, el segundo, negro entrepelado y gargantillo, salió tronchado de un entierro de pitones con volatín tras una vara de romperse bastante. Lo trataron en el caballo sin delicadeza. Pese a lo cual, quiso luego el toro. Tranco bueno, rimado, embestidas seguras, repetidas y humilladas tras un primer arranque inseguro. Uceda le pegó al toro más gritos de lo que pedía el negocio. Era toro pronto.

Tampoco se animó a cruzar la línea de sombra Serafín con el tercero de corrida, cuyas fuerzas pareció no medir. Ni la distancia tampoco. El toro se insolentaba y cabeceaba si no iba tapado. Porque le faltaba la fuerza. Un trasteo de sumar y sumar.