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Perrea, perrea

Con la resaca electoral, con tantos árboles prometidos que no nos dejaban ver el bosque, con tanto bautizar a la niña antes de que naciera, se nos ha colado el chiki-chiki en Eurovisión. Y ahora a ver cómo defiende Televisión Española la canción que nos va a representar en Serbia, porque no les queda otra, acatar el voto de los telespectadores por muy friki que haya sido el resultado.

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Dudo que el despliegue de medios del que hizo alarde la televisión pública cuando mandamos a aquella cenicienta de barrio metida en kilos con aquellas intenciones dignas de Paco Martínez Soria -en el fondo no hay mucha diferencia entre el maiquelyason y el celebration- se repitan con Rodolfo y su familia, pero lo cierto es que tendrán que promocionar la canción como si la vida se les fuera en ello, y fingir un orgullo patrio -sangre de Hispania fecunda- cuando ni siquiera nos voten nuestros vecinos.

Dignidad llamamos cuando queremos decir ridículo. Siempre fue así. Desde Micky hasta Las Ketchup, el festival de Eurovisión es un mamarracho que la propia Televisión Española había condenado a la segunda cadena hasta que a algún lumbrera se le ocurrió que el soberano pueblo participara de la debacle. Y lo que hace unos años parecía un revivir no ha sido más que la mejoría de la muerte. Un globo que les ha estallado en la cara.

Defender lo indefendible es la tarea de Televisión Española de aquí al 20 de mayo. Hacernos creer que el producto tiene su gracia, aunque el telón se nos caiga de vergüenza. Vender a un impresentable con una canción impresentable como si fuera el último grito de la modernidad española. No es tanto tiempo para vender humo. Peor lo tienen otros. Hay quien tiene la tarea de defender un proyecto indefendible y que no se cree nadie; vender una ciudad que no se cree nadie de aquí al 2012. Me quedo con el chiki-chiki.