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Sondeos

Es tradición que toda jornada electoral se cierre con encuestas a pie de urna sobre el resultado. Es tradición que los canales patrocinen tales sondeos y los emitan a las ocho en punto. Es tradición que sus resultados den pie a largos y doctos comentarios a cargo de periodistas invitados a título de expertos. Es tradición, en fin, que los sondeos se parezcan al resultado real de las elecciones como un huevo a una castaña. Y en lo que a nosotros concierne, es tradición que al día siguiente inflijamos sobre la cocorota de canales, empresas demoscópicas y expertos comentaristas un coscorrón de apercibimiento; apercibimiento suscrito por crítica y público, pero que no servirá de nada, ya que en los próximos comicios asistiremos al mismo ritual. A las ocho de la tarde del domingo, Zapatero había obtenido una clamorosa mayoría y el PP se hundía en la miseria del perdedor. El sondeo de Cuatro y la SER daba a los socialistas entre 168 y 173 escaños, frente a 145 y 149 del PP. Pero otros iban todavía más allá y otorgaban al PSOE mayoría absoluta. Espoleados por la clamorosa victoria, algunos se lanzaron a evaluaciones incompatibles con la prudencia; pregúntenle a Carlos Carnicero o a María Antonia Iglesias.

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Sólo el sondeo de Antena 3 era más comedido: limitaba la mayoría socialista a 163-166 escaños, aunque manteniendo al PP en un bajo abanico de entre 149 y 152. Pero, claro, si todos los demás daban resultados mucho más favorables al PSOE, ¿cómo creer al pacato sondeo de Antena 3? Al final los resultados eran mucho más ajustados. Con una diferencia de ese tipo, dos o tres escaños arriba o abajo determinan por completo la orientación del comentario sobre el paisaje político. Y aquí es precisamente donde está el problema. Que los sondeos no acierten de lleno es normal; sólo son sondeos. Pero que las cadenas amparen evaluaciones políticas a partir de resultados inciertos es un riesgo temerario. Y peor aún es que los profesionales de la crónica política entren a ese trapo del sondeo a pie de urna, sentando fútil doctrina. Detrás del trapo del sondeo siempre aguarda, oculto, un mojón de granito donde la testuz del comentarista se descalabra.