Con segundas
Íbamos a ganar los de Aznar y hemos ganado los de Zapatero». Con esta frase antológica resumía el resultado de las elecciones anteriores mi admirado maestro Manolo Alcántara. Algo así ha ocurrido en Francia con las municipales: Íban a ganar los de la izquierda y han resistido los de la derecha. La UMP ha querido representar que el descalabro no ha sido mayúsculo. Porque los que pierden tienen derecho a no ensañarse con su incapacidad, como el que delinque lo tiene a no declarar contra sí mismo. La derecha no ha querido observar la tendencia, que puede hacerse buena en la segunda vuelta, e indica que la mala cabeza de Sarkozy ha dilapidado, en poco tiempo, el margen de confianza que se otorga a quien triunfa con una ventaja tan amplia. Desde su chulería, y cuando ya se advertía el desprendimiento de lodo que virtualmente iba a enterrar a los suyos, se atrevió a decir: «Yo trabajo en la modernización de Francia, sin dejarme distraer por las peripecias». Pero, ya ven, la gente no supo entender que los nuevos usos pasaban por colocar la cama de matrimonio en el escaparate de unos grandes almacenes. Ni antes ni después el pequeño gran hombre se ha descompuesto. Sus palabras recuerdan la inefable respuesta que da Michael Douglas metido a cazador de leones en Los diablos de la noche, cuando se le pregunta: «¿Y usted nunca fracasa?», y el héroe responde, ciñéndose el ala de su sombrero: «Sólo en Navidad».
Actualizado: GuardarNi siquiera ha servido el hecho de que los candidatos se presentaran -para no alarmar- bajo identidades aleatorias y siglas despistantes. Les ha cazado la izquierda en ayuntamientos emblemáticos como París o Marsella, en un momento de desastre existencial. Su derrota se ha debido, más que a los méritos propios a los fallos ajenos y puede ayudar a la oposición que lidera Hollande, secretario general del PS, a reanimar a su exangüe formación política. Ha tratado de escenificar el cabreo que tienen los franceses con su líder y timonel, el enamoradizo Nicolas, y ha logrado hacer olvidar la guerra de los Rose en la que dejaron, recuerden, a Hollande y a su pareja de entonces, Ségolène Royal. De modo que, si estos resultados se confirman, acometerá con otro talante la lucha fratricida que le espera en el próximo congreso de su partido, previsto para el otoño, y que habrá de sentar las bases cara a las elecciones de 2012. El triunfo electoral imprevisto ha sacudido a la izquierda francesa, cuando unos y otros se habían dado tiempo para recomponer, al menos, su horizonte sentimental: Sarkozy, con Bruni, su ex, Cecilia, con el poeta; Royal con su jefe de campaña y Hollande, rehabilitando el mapa de sus travesuras amorosas, que desde entonces había descuidado. A mí también me va el francés.