Fernández de la Puebla junto al resto de autoridades | J.C.C.
ciudadanos

El milagro del mercedario

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La profundidad de la fe del padre Jesús Fernández de la Puebla Viso se vio reflejada en los escasos sesenta minutos que duró su pregón. Ya había anunciado, con su desparpajo habitual, que «más de una hora de pregón no mueve los corazones, sino los culos», y cumplió con lo prometido. Fue un pregón sencillo, emotivo, con mucho más verso del esperado pero cantado de una manera tan suave y dulce que se entremezclaba con la prosa del mismo.

Con el argumento de los cinco misterios dolorosos del Rosario, de esta manera tan mariana, quiso el pregonero ir nombrando a todas y cada una de las hermandades y cofradías de nuestra ciudad, parándose en las que le servían como argumento para contar sus creencias, y pasando por alto el resto, en un claro síntoma de que sabía perfectamente lo que quería decir, y quería que su mensaje se quedara grabado en el corazón de los cofrades a escasos siete días de la Semana Mayor jerezana.

Comenzó el pregón cinco minutos tarde, y tras la presentación de rigor y las marchas que estuvieron a cargo de la Banda Municipal de Música, el padre Jesús se subió al atril del Villamarta a las 12.35h. Comenzó el pregón vibrante, con un cántico a la Virgen entonado por el propio pregonero acompañado de un órgano. Con esta novedad abrió plaza de la Puebla, metiéndose desde el principio a los cofrades que abarrotaban el Teatro Villamarta en el bolsillo por la cercanía de este mercedario al que con tanta facilidad hemos visto cantar en ambientes bien distintos al de ayer.

Pues como si estuviera en su casa, y con la bendición de Nuestra Señora de la Merced, que tenía justamente detrás en el escenario, el pregonero no ocultó su devoción por la Patrona de la ciudad, de la que dijo que «está llena de arte», ganándose los primeros aplausos de la mañana. El tono suave y sosegado del sacerdote impidió que le cortaran con aplausos en algunas ocasiones, pese a que los versos dedicados a algunas dolorosas de la ciudad fueran de los más brillantes escuchados en los últimos años el Domingo de Pasión.

Tras esta breve introducción, el pregonero defendió la Semana Santa «como algo más que cultura. La Semana Santa es un libro vivo, es fuente de gracia y salvación, es redención, liberación y abrazo de Dios al hombre», claves éstas que desmenuzaría con posterioridad a lo largo del texto. Y reivindicó de la misma manera la Eucaristía, versos con los que empezó el pregón antes de pasar a los misterios del Rosario, y que estuvieron dedicados a la hermandad de la Cena.

La parte central del pregón, bello y profundo como se esperaba del orador, comenzó con la Oración en el Huerto como primer misterio, advocación del Jueves Santo que el pregonero usó para defender el uso y abuso de la oración en la vida de un cristiano. La constante del sacerdote fue poner más empeño en profundizar en las cuestiones teológicas antes que quedarse en el olor a azahar y el roce de bambalinas, que estuvieron también presentes.

Si el sacerdote calificó a la Eucaristía como «el tesoro de la Iglesia», y reivindicó la necesidad del cristiano de orar ante la adversidad, no menos certero fue el análisis que hizo de la entrega de Jesús por parte de Judas, versos increíbles que dedicó a la hermandad de la Clemencia a la que dijo que «Jesús fue entregado por un amigo suyo, con un beso».

Sin pararse mucho en ninguna hermandad, quizá para no alargar demasiado el texto y no herir las sensibilidades de las demás cofradías, el pregonero fue pasando casi sin notarse por muchas advocaciones de la ciudad, hasta que llegó al Prendimiento, donde se paró para hacer un bonito juego de palabras usando su actual sede, la Capilla del Asilo.

Uno de los momentos álgidos del pregón llegó justo a continuación, cuando el mercedario explicó los motivos que le habían llevado a elegir la cruz de guía del Soberano Poder. Por primera vez, el pregonero afirmó con rotundidad y sin medias palabras que María Santísima de las Mercedes, la titular mariana de la hermandad del Soberano Poder, fue la que medió para que su pierna sanase a escasos meses de la cita de ayer en el Villamarta. Aparte de decirle que «Mercedes me sabe a Jerez de la Frontera», el pregonero le piropeó diciéndole que «eres salud del enfermo, pues has curado mi pierna y eres Madre de Jerez, Mercedes, Patrona y Reina». Curiosa reflexión sobre una Virgen que está actualmente encargada y que todavía no luce al culto en su parroquia, por lo que el pregonero no dudó en afirmar que «el barrio de la Granja la espera».

Tras unos versos al Transporte dedicados a la memoria de Diego Conde, y una maravilla de poesía a la Amargura, a la que cantó que «quiero que tus ojos alumbren mi vida y alivien mi cansancio», el pregonero se detuvo en la Esperanza de la Yedra, a la que dijo con total dulzura que tiene «sed de lo eterno, y al contemplarte, María, Esperanza de la Yedra, has colmado mi alegría».

Fue una parte del pregón de piropos rápidos como el que le dijo al Nazareno,cofradía de la que afirmó que «mirándola no parece que estemos en el siglo XXI», o al Cristo de la Expiración, «el valiente, el de la fuerza de Dios».

Tras el rezo de los cinco misterios, llegó sin duda la parte más bella del pregón, aquella que titulada como la crucifixión de Cristo, narró en verso los últimos momentos de la vida de Jesucristo. Siete palabras que ayudan a comprender la grandeza del Salvador, y que le llevan desde la entrega de María como Madre de la Iglesia, pasando por el perdón a los que le crucificaron o la encomienda de su Espíritu al padre.

Siete palabras que dejaron a María sola al pie de la Cruz, y que sirvió al pregonero para acordarse al finalizar el pregón de su devoción y amor por María, la Madre de Dios. María recogiendo el cadaver de su hijo muerto en cruz, María de las Angustias, del Loreto y de Amor y Sacrificio. Quiso consolar a la Soledad por la Porvera, diciéndole que el pregonero también es su hijo. Quiso acompañar a la Piedad, confirmándole que todo Jerez llora con Ella. Quiso acordarse de Lete, y de Manolo Ruiz Cortina, y quiso tener la fe de Nuestra Señora del Amor y Sacrificio, «una fe que es de roca». Quiso llenar el Villamarta de amor a María, y se llevó la cariñosa acogida de un pueblo, Jerez, que ya es el suyo.