José Luis Rodríguez Zapatero Compromiso y futuro

El triunfo amable

Tras cuatro años de gobierno conserva su aura romántica. Su talante esconde una extraordinaria seguridad en sí mismo

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Lo primero que uno ve en los ojos de José Luis Rodríguez Zapatero es cordialidad. Lo segundo, determinación. Al poco tiempo, la determinación parece imponerse sobre la cordialidad y eso nos hace pensar que el secreto de su éxito quizá no esté en su famoso talante, sino en una extraordinaria seguridad en sí mismo.

La trayectoria política de Zapatero tiene mucho de ejercicio de fe, de confianza en las propias posibilidades. Sólo eso explica que en el año 2000 aquel desconocido diputado leonés rompiese uno tras otro todas las predicciones y llegase por sorpresa a la presidencia del PSOE para, en apenas cuatro años, hacerse con las riendas del partido y ganar las primeras elecciones generales a las que se presentaba.

Desde entonces, Zapatero ha ido superando diversas identidades. Ha sido, entre otros, Bambi, Sosoman, ZP (una versión doméstica de JFK), el nieto del capitán Lozano y el líder de la Alianza de las Civilizaciones. Desde que irrumpió en el panorama político español, ha convivido con sus propias caricaturas y no sólo las ha superado sino que, de algún modo, las ha asimilado. Hoy nadie comete el error de no tomarle en serio, pero aún así, avanza precedido por una salva de clichés enfáticos y buenistas. Al mirarle con detenimiento, da la sensación de que hay una cortina de lugares comunes que nos impiden alcanzar su verdadera forma de ser. Incluso sus colaboradores comparten la sensación de que sólo unos pocos elegidos le conocen realmente.

Lo que está claro es que las cámaras le adoran y él lo sabe. Tiene buena imagen y, como escribió Umbral en uno de los primeros artículos que le dedicó, «tener imagen es tener electoralismo en el cuerpo». Le faltan dos años para cumplir los cincuenta y sigue pareciendo en forma. Más que un rasgo físico, la juventud es un rasgo de su carácter, una aleación de optimismo, idealismo y candidez.

Ni un mal gesto

Intuitivo y coqueto, Zapatero es un seductor que conoce bien sus armas y pone mucho cuidado en que no se deshaga el hechizo: ni un grito, ni un mal gesto. Se mantiene alejado de la arrogancia y maneja con eficacia un discurso idealista y propenso al simbolismo. Su voz es cálida y la modula hasta bordear el amaneramiento. Ha conseguido elevar a rasgo de estilo la pronunciación de algunas palabras agudas como si fueran sobresdrújulas: négociacion, sólidaridad, etc.

Nació en Valladolid el 4 de agosto de 1960. Se crió en León en el seno de una familia de clase media y tradición socialista. Su abuelo paterno, Juan Rodríguez Lozano, fue un capitán republicano fusilado en 1936. Su padre ejercía la abogacía. Con dieciocho años se afilió al PSOE. Cuenta la leyenda que lo hizo después de asistir a un mitin de Felipe González. Estudió Derecho en la Universidad de León y, tras licenciarse, trabajó allí como profesor.

Abandonó la enseñanza en 1986, cuando salió elegido diputado. Tenía 26 años y era el más joven de la Cámara. Tres años después, fue elegido secretario general del partido en León, acabando por sorpresa con las luchas internas que el socialismo sufría en la provincia. Fue su primera gran victoria política: una mezcla de oportunismo, astucia y capacidad para conciliar posturas antagónicas.

El 27 de enero de 1990 se casó en Ávila con su novia de toda la vida, Sonsoles Espinosa, una licenciada en derecho aficionada a la música. Se habían conocido en la universidad y estrecharon su relación en una manifestación contra el 23-F. Hoy tienen dos hijas, Laura y Alba. Zapatero siempre menciona a su familia cuando le preguntan cómo consigue mantener los pies en el suelo. En ocasiones, al hablar de su mujer y sus hijas no ha temido bordear el abismo de lo cursi.

El primer Zapatero propugnaba un cambio tranquilo y sonaba blando y algo timorato. «Quiero ganar limpiamente y, si puede ser, haciendo una política bonita», declaró en 2001. Nadie apostaba por él y sobrevivió al Aznar más desatado y también a su propio partido, que durante algún tiempo vio en él a un líder transitorio, como Borrell o Almunia. Hoy, Zapatero es el PSOE. La identificación es absoluta: sus iniciales y sus cejas puntiagudas han pasado a funcionar como logo de los socialistas.

Buenas intenciones

Zapatero ha estado en contacto con el poder y no se ha gastado demasiado. Tras cuatro años de gobierno conserva su aura romántica. Puede cometer errores pero en general se le presuponen las buenas intenciones. Esa es una parte fundamental de su encanto y habrá que ver si es capaz de mantenerla intacta durante la próxima legislatura. Sólo a él podría perdonársele la frivolidad adolescente de, siendo el presidente del Gobierno, es decir, estando en la cúspide del poder, escoger con entusiasmo el Buenas noches y buena suerte de Edward Murrow, un periodista americano que se significó enfrentándose a McCarthy, es decir, al poder.

Hace cuatro años, en su discurso de investidura como presidente del gobierno, Zapatero recordó el testamento de su abuelo, el capitán Lozano: «Un ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes». Fue un ejemplo más de la habilidad con la que el leonés maneja los símbolos, la argamasa de todas sus construcciones intelectuales. Un mes antes, en la noche del 14 de marzo, tras saber que había ganado sus primeras elecciones, se dirigió a sus simpatizantes e hizo una promesa marca de la casa: «No cambiaré». Anoche volvió a repetir esa promesa y regresó a La Moncloa, donde desde ayer le esperan los fantasmas que amenazan a todos los presidentes españoles que llegan al segundo mandato: los de la arrogancia y la presunción. El modo en que el casi angélico ZP se enfrente a ellos es una de las incógnitas más interesantes de los próximos años.