obligados a reflexionar
Actualizado: Guardaras urnas confirmaron anoche la profundidad de la oleada bipartidista, ante la que sólo ha conseguido resistirse CiU y que se ha extendido de forma singular a Euskadi, donde el PNV ha perdido su preeminencia ante el empuje de los socialistas. Pero ese refuerzo de los dos grandes partidos no puede obviar la sensación agridulce con que ambos han de interiorizar un escrutinio que, dejando el escenario casi inmutable, debería obligarles a encarar la nueva legislatura de manera distinta a como han administrado la anterior. Porque es una evidencia que el enfrentamiento que ha definido los últimos cuatros años no ha reportado ni a socialistas ni a populares los réditos que han buscado con tanto ahínco. El triunfo cosechado por José Luis Rodríguez Zapatero ha de dejar un regusto necesariamente decepcionado entre los socialistas, que se han mostrado incapaces de traducir su ambiciosa acción de Gobierno en una victoria más holgada. El resultado confirma la paradoja de la participación, que sí ha asegurado el predominio del PSOE pero no le ha beneficiado como se preveía. Fueron esas mismas expectativas las que permitieron a Mariano Rajoy maquillar con un discurso muy cercano al triunfalismo lo que constituye su segunda derrota en unas generales. Pero del mismo modo que Zapatero deberá reflexionar sobre los motivos por los que el electorado no ha respondido satisfactoriamente a su incisiva gestión, el PP no puede obviar que su férrea estrategia de oposición sólo le ha permitido contener una derrota que en los días previos se pronosticaba más pronunciada. Pero en ningún caso vencer, aunque Rajoy haya encontrado motivos para reivindicarse a sí mismo. El resultado frena la crisis interna que hubiera desatado una derrota menos dulce, sin que eso libere en ningún caso a los populares del dilema que se les plantea de forma incluso más acuciante: si seguir dando por buena su estrategia de contraposición sin cuartel al proyecto de sus oponentes, con la confianza de que en algún momento les acabe devolviendo el poder, o prepararse para la recuperación del mismo con una modulación de esa política. El asesinato de Isaías Carrasco había convertido la participación en estas elecciones en un termómetro ineludible para medir la entereza democrática de la sociedad ante el brutal desafío del terror. De ahí que la caída de la participación en Euskadi en más de doce puntos con respecto al resto del Estado constituya un dato desolador, que se traduce en que un sector nada despreciable de los votantes vascos ha cedido ante el miedo. O ante la indiferencia que tan certeramente quedó radiografiada en la meliflua nota con la que la directiva del Athletic convocó el primer minuto de silencio en San Mamés por una víctima del fanatismo etarra. El triunfo de los socialistas también en el País Vasco evidencia que ese desistimiento ha sido más acusado en las filas del nacionalismo institucional. Lo que debería llevar tanto al lehendakari como al PNV a cuestionarse sobre el negativo efecto que ha provocado para los intereses colectivos y los suyos propios su renuncia a ejercer un liderazgo institucional más visible en el rearme cívico frente al terror.