El día de la marmota

atorce partidos restan todavía para que finalice la temporada aunque el Cádiz ya esté saltando a los terrenos de juego con esa vitola de comparsa que se ha ido ganando a pulso desde la primera jornada. Se la forjó en la etapa de Baldasano -cuando García Remón demostró ser un señor en las ruedas de prensa y un técnico del montón en los entrenamientos- y la ha ratificado desde que el regreso de Muñoz ha dejado de manifiesto dos cuestiones: que Natalio es la mejor noticia que ha recibido el club en muchos meses y que Antonio Calderón no termina de estar lo suficientemente curtido para lidiar con un equipo al que se le exige desde todos los frentes. Otra asignatura más peliaguda es qué hacer con una plantilla que -salvo honrosas excepciones- fue calificada como apta para luchar por el ascenso y que con el paso de los meses se ha convertido en un variopinto grupo compuesto por una serie de ilustres apellidos que aprovecharon la ocasión para salir por patas (Lobos, Pavoni y Armando) y por futbolistas con nombre, pero con un peso insignificante en el devenir de los partidos y en el corazón de la afición. Un vestuario en el que la cantera juega un papel meramente anecdótico y en el que gente como Carlos Martínez y Fran son honrosas excepciones. No hay sensación más triste que acudir cada quince días a Carranza sabiendo que el pescado ya está prácticamente vendido y que los amarillos se han vuelto a quedar una campaña más sin número para optar a las tres plazas de ascenso. Las primaveras suenan a estribillos rancios en los que los términos «decepción» y «otro año será» son empleados con demasiada frecuencia. El presidente comienza a tirarse de los pelos porque su producto se devalúa en un mercado al que habrá que acudir con más tiento para que no se repita el numerito de hace unos meses y, como esta historia tiene cierto aroma a deja vú, no descarten que Jose González tenga que colgar los palos de golf y llamar a Cortijo.