El archivo de la 'duquesa roja' no morirá con ella
Apenas un día antes del óbito, Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Duquesa de Medina Sidonia, contrajo matrimonio con Liliana María Dahlmann, la secretaria vitalicia de la Fundación que conserva el patrimonio de dicha Casa Ducal y que, a partir del fallecimiento de la Duquesa Roja, asumirá la presidencia de la misma, según lo ya previsto en los estatutos. Tuvo que ser, estrictamente, un gesto de amor, más allá del reconocimiento de una labor imprescindible para el mantenimiento de una entidad nacida en 1990. Al no ser española, los papeles de Liliana tardaron en llegar y el suspense duró hasta el último momento. Pero, antes de fallecer, ella ató otros cabos: con la Diputación Provincial y la Junta de Andalucía, a fin de que se incorporen a dicha aventura cultural, y con el Ayuntamiento de Sanlúcar, con cuya alcaldesa, Irene García, habría mantenido una reunión clave en vísperas del trágico desenlace de aquella repentina neumonía que destapó el cáncer de pulmón galopante que acabó con su vida. Hoy, las cenizas de esta aristócrata singular serán esparcidas por el jardín del Palacio de Sanlúcar, para el que ya se tramita la declaración de Bien de Interés Cultural.
Actualizado: GuardarFallecido hace un par de semanas su ex marido José Leoncio González de Gregorio y Martí y con una herencia legítima a repartir entre su viuda y los tres hijos de su primer matrimonio, la Duquesa estaba especialmente interesada en poner en manos de la historia parte de su patrimonio y, especialmente, su archivo: «Conservarlo para mí, hubiese carecido de sentido tuvo claro desde el momento en que creó la Fundación. Supe desde que lo heredé, que me daría bastantes más disgustos que satisfacciones. Pero me compensa la idea de que servirá a los demás, como centro difusor de esa cultura, que nos enseña a no ser engañados ni engañar; a perder el miedo a la verdad, en el pasado y el presente. La Fundación Casa de Medina se creó por un sueño: que un día el comportamiento ético se haga ley, libremente asumida. Ya se que seremos pocos, aunque más de los que algunos desean. Sinceramente, creo que a la humanidad, si pretende sobrevivir, no le queda otro camino».
El palacio cuya planta actual data del siglo XVI pero cuya construcción original se remonta al siglo XII, albergó a partir de 1297 al primer duque de Medina Sidonia, su antepasado Guzmán El Bueno, que quizá se llamara Outhman, tal vez un musulmán converso que viniera de Marruecos o de América, allen mar: de hecho, ella creía que los andalusíes comerciaron con el nuevo continente mucho antes de Colón.
A ella le preocupaba su integridad, desde que en 1984 aparecieran en Los Angeles unos documentos cuya desaparición ella había denunciado once años antes ante el consulado español de París, donde por entonces se encontraba exiliada tras haber sido detenida al manifestarse en Palomares, tras la caída al mar de la célebre bomba estadounidense. Ya en 1956, tras la muerte de su padre y en los cuatro meses que siguieron a su declaración como heredera universal, su madrastra había cedido una serie de documentos de dicho archivo al de Simancas, por lo que años más tarde el ministro Fraga le concedió el Lazo de Isabel La Católica. Fue el historiador gaditano Manuel Ravina quien confirmaría el intento de enajenación de los papeles desaparecidos y que un librero de Los Angeles ofreció al Gobierno británico.
Eran apenas 85 legajos, pero en Sanlúcar se conservan 6.224 legajos de la casa ducal, que incluirían hasta seis millones de piezas documentales. Sin embargo, otros 252 documentos habrían desaparecido también antes de que la Duquesa y Liliana María pusieran orden en tamaño desafuero.
«La duquesa dedicó toda su vida a la cultura, la investigación y la difusión histórica. Que el Archivo Ducal, que recoge gran parte de la historia de Andalucía desde el siglo XI hasta la actualidad, esté a disposición de todo el mundo se lo debemos a ella. Su obsesión era hacer la historia conocida por todos. Su filosofía de vida era que, conociendo la historia, se podían prever los desastres en el futuro».
El Consejo de Ministros le concedió en 2007 la Medalla de Oro al mérito a las Bellas Artes. No fue baladí. Pero la conservación del archivo no era sólo un capricho ni una frivolidad. Se trataba de un claro compromiso ideológico por parte de una mujer que creía que «la ambición de poder y de consumo destruye el sentido común, impide aplicar la lógica y fomenta la estupidez criminal. Su antídoto es la cultura».
«Cultura es la información que nos permite conocer nuestra sociedad, descubrir sus errores y aciertos y establecer juicios utilizando nuestra razón. Cultura es la capacidad de aplicar la lógica y el sentido común a la vida diaria. Se adquiere conociendo lo que pensaron, crearon e hicieron los hombres del pasado. Lo que piensan, crean y hacen nuestros coetáneos. Esta cultura no es coto cerrado de especialistas. Todos debieran poseerla, en la medida de sus posibilidades, cualquiera que fuese su profesión o actividad. De la más humilde a la más cotizada».
Eso decía. También Luisa Isabel Álvarez de Toledo valoraba en política, la ética. También el trabajo: acababa de concluir un nuevo libro, esta vez sobre economía. Y no hace mucho deseaba: «Ojalá exista Dios».